Tres restaurantes, tres pueblos e historias familiares proponen zafar de la ciudad para sumergirse en la calma del paisaje pampeano, disfrutando comida rica y casera.

Publicado por  | Ene 6, 2022 | 

l ritmo se desacelera, el aire oxigena y la única música que se escucha es la de los pajaritos. En estos micro viajes nos acercamos a pueblos que más que perdidos, fueron abandonados, debido al cierre abrupto de los ferrocarriles. Hoy, después de casi dos años de pandemia, el combo de naturaleza y comida simple y rica no tiene precio. Es por eso que, de a poco, las calles de estos pueblos se volvieron a habitar –al menos los fines de semana–, dando lo mejor de sí.

LOS TRENES PERDIDOS 

Su rol era unir los distintos puntos del país. Democratizaban la circulación, el acceso a oportunidades laborales y la comercialización de la leche, entre otras cosas. En frente de sus estaciones, se instalaba el almacén de ramos generales de cada pueblo: ese lugar en el que los vecinos tomaban un Amargo Obrero esperando a que llegue el tren,y  donde se reunían para jugar a las cartas y comercializar sus productos.

La red ferroviaria argentina, impulsada por el Reino Unido y sus intereses económicos, fue la primera de América Latina. En 1948, cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, había 47.500 kilómetros de vías operativas. Hoy, más de 70 años después, están reducidas a 3.800 kilómetros. En los 60, con el auge del transporte automotor a través del denominado Plan Larkin, comenzaron los cierres de los ramales; la red ferroviaria continuó degradándose con la política de destrucción estatal de la última dictadura militar. Y con la privatización de los 90, no solo se redujeron las líneas, sino que también se desarmó la industria ferroviaria. Como resultado, cerraron 800 estaciones, y muchos pueblos llegaron al borde de la desaparición, fomentando el éxodo rural y la concentración alrededor de la Ciudad de Buenos Aires.

1 | EL ALMACÉN DE RAMOS GENERALES

Azcuénaga, San Andrés de Giles

Rafael llegó desde España en 1908 y se instaló en Azcuénaga, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Trabajaba en el almacén de ramos generales sirviendo copas tras la barra; todo iba viento en popa, un éxito que su hijo –también de nombre Rafael– pudo contemplar mientras crecía.

Los 90’ llegan y los trenes se van. Un día, el almacén entró en subasta y Rafael “hijo” lo compró. Su deseo era transformar aquel almacén que cobijó a su padre, en un restaurante familiar; pero el éxodo rural no ayudó. Desde aquel momento –1996– hasta el 2011, el espacio estuvo abandonado. 

Lamentablemente Rafael no pudo ver materializado su sueño, pero se ocupó de dejar una descendencia con las ganas necesarias para concretarlo.

Hoy, con sus hijos y nietos a la cabeza, el restaurante funciona con reservas y salón lleno. Juan Manuel y su hija Pilar tomaron el mando de la cocina. Él es bancario de lunes a viernes, y cocinero sábados y domingos. Su otra hija y su sobrino se ocupan del servicio, y sus hermanas de la administración general. La sangre tira: el claro deseo del padre y abuelo, se transformó en la vocación gastronómica de los que vinieron después. En las paredes, se puede contemplar el árbol genealógico familiar a través de fotos, textos, copas y botellas del siglo anterior.

Su propuesta gastronómica concentra sabores de la pampa bonaerense, con su impronta ítalo-española: hay picadas, empanadas fritas, carnes, achuras y pollo a la parrilla, pastas caseras y minutas. Y para desembocar directamente en la siesta: budín de pan, brownie, y flan con dulce de leche y crema. Se puede optar por el menú fijo de 3 pasos a elección ($2.200 por persona) o pedir a la carta. Para acompañar hay vinos, vermouth, fernet y gaseosas. Dato de color: los sábados a la noche preparan un especial de pescados y mariscos. 

Sábados y domingos de 12 a 16 y sábados de 20 a 23.
Reservas a través del Instagram: @elalmacenct
Av. Pedro Terrén y Juliá Vidasola, Azcuénaga.
www.almacenct.com

2 | LA PULPERÍA DE RUIZ

Villa Ruiz, San Andrés de Giles

Pasar las navidades, los fines de semana y los feriados con sus hijos era una utopía. Carolina –actual dueña de La Pulpería de Ruiz– trabajó durante 25 años como mesera en un restaurante de su ciudad natal, Luján; integrado por cuatro paredes, luz artificial, y un aire acondicionado. Su rumbo cambió cuando, hace 14 años, conoció Villa Ruiz a través de su pareja y nuevas puertas se abrieron.

Actualmente lleva adelante La Pulpería de Ruiz junto a sus dos hijos, Simón de 24 años y Jeremías de 29. Ella cocina desde las 6 de la mañana y deja todo listo para el momento del despacho. Luego, se acerca a los comensales, cuenta historias, y corrobora que a nadie le falte nada.

Prepara lo que más le gusta, no concibe la idea de “comer para zafar”. Los platos deben ser ricos, y el momento, presente. Por esta razón, eligen no tener wifi ni señal en el restaurante. “Buscamos que la gente suelte el teléfono y se conecte con la comida y con la naturaleza”. Su objetivo era tener un lugar en el que reinen aromas de platos como los  que hacían las abuelas tiempo atrás, y de allí nace la especialidad de la casa: empanada de osobuco y ravioles de verdura con estofado de osobuco. En el amplio parque al aire libre también sirven, carnes grilladas, bondiola al disco y pastas caseras, hechas por una familia de Villa Ruiz, “que quede la plata para el pueblo también es importante” comenta.

En el pueblo viven tan solo 500 habitantes, y no hay mercados ni ferias; pero sí un inmenso verde para caminar, y vecinos en las veredas con ganas de charlar.

Calle Vicente Cutillas, entre Chacabuco y J.C Silva, Villa Ruiz.
Viernes, sábados y domingos de 12 a 16.
Reservas a través del Whatsapp: 2323 447842
IG: @lapulperiaderuiz

Siempre cabe recordar que conocer estos pueblos debe hacerse con respeto, y para ello, acomodarse a sus silencios y a sus tiempos posiblemente más calmos.

3 | DOÑA IRMA

Las Marianas, Navarro

“Yo cocino hace 60 años” cuenta Irma mientras pasea por el salón, observando si los comensales terminaron o no, la serie de platos que llegaron a su mesa. Nacida y criada en Las Marianas –un pequeño pueblo ubicado en Navarro–,  se casó a los 20 años con su compañero “El Morocho”, y desde aquel momento no dejó de despachar platos con su cocina a leña. Doña Irma era la sensación de la zona, pero cuando se desarticularon los trenes en los años 90, Las Marianas pasó de 1.960 habitantes a 259, su marido falleció, y el restaurante cerró sus puertas. “Hasta que un día me llamó llorando diciendo que, o volvía a cocinar, o se moría” cuenta su hijo Andrés, quien ahora lo administra. 

Hoy, con 84 años, se levanta cada sábado y domingo a las 6 de la mañana para amasar sus famosos ravioles y canelones; preparar el matambre arrollado, y el relleno para las empanadas de carne. Todo a mano, cada día, cocinando con vegetales de la huerta municipal, quesos de un vecino, y otros productos de la zona. 

La cantidad de comensales es limitada: con 84 años, y tan solo dos manos, Irma no puede cocinar para cientos “preferimos preparar menos cantidad, pero procurar que todo sea casero y de calidad” comenta Andrés. Sirven un menú fijo ($1.650) –muy abundante– que puede repetirse a piacere. Primero llegan el matambre con ensalada rusa y la empanada de carne; luego los tallarines o los ravioles; los canelones con boloñesa, y la carne al horno con papas. Al final, por queso y dulce, o flan –de maicena, como lo hacía su abuela– con dulce de leche.

Además de agasajar con sus platos y su calidez, el restaurante cuenta la historia de un pueblo entero: las paredes se visten de fotografías antiguas, y tanto los comensales como Andrés, intercambian leyendas de sus padres y abuelos. Pero el turismo interno no termina allí: en frente de la casona, hay un museo municipal, una huerta inmensa con productos agroecológicos, y venta de quesos y embutidos locales. A unas cuadras, una plaza inmensa invita a hacer la digestión al sol. Todo se siente bien. 

Calle 2 entre 11 y 3, Las Marianas.
Sábados y domingos de 12 a 16.
Reservas a través del Whatsapp: 2227614985
FB: Doña Irma Salón Comedor Hotel