Sensuales y seductores desde el color, los vinos rosados, ahora de moda en el mundo, supieron tener mala fama. Se los consideraba una irresponsable mezcla de tintos y blancos, dulzones, mentirosos y banales. Vinos fáciles para mujeres ídem.
A los nuevos rosados los bebe todo el mundo, nenes, nenas y nenos, el paladar no tiene género. Y felizmente, hay cada vez más marcas en el mercado argentino para goces no sólo estacionales.
El color puede variar en intensidad: un Malbec caracterizado por su púrpura oscuro, dará rosados con tonos más violáceos que un Cabernet Sauvignon o un Merlot. Un rosé de Pinot Noir se inclinará más hacia un rosa pálido, con matices grisáceos. La gama es muy amplia: rosados casi fucsias (ya fueron), rosa naif, el color de las mejillas de las gorditas de Renoir, apenas sonrosado, casi sin color, como aquellos blush, en los que Humberto Canale fue pionero, perdida pasión de los ‘80. Algunos de esos rubores aún sobreviven.
En los aromas se revelarán las características de las variedades, mucho más atenuadas. En general se perciben vahos a frutilla, mezclados con cítricos, más o menos intensos. El sabor debería ser siempre fresco y brioso, con buena acidez que equilibre cierta lejana dulzura que suelen tener tantos rosados. A veces se percibe, sin embargo, un caramelito raro (como Sugus de frutilla), el mismo aroma y sabor que se detecta en el Beaujolais nouveau, un vino que es puro marketing.
En cuanto a la elaboración hay dos vías: o bien son resultados de sangrías, esa práctica de algunos enólogos para conseguir mayor concentración, en color textura y aromas, para lo que se extrae una parte del mosto al comienzo de la fermentación. Ese resto muchas bodegas lo utilizan para elaborar rosados. Restos, pero no desechables, ya que muchas veces estos vinos sometidos a sangrías son los top de las bodegas, por lo cual las uvas, la materia prima, fueron seleccionadas cuidadosamente. Casi todos los rosados del mercado son resultado de sangrías.
El otro modo de elaborarlos consiste en macerar las uvas tintas lo suficiente para que dén el color deseado al mosto, la vinificación es luego igual a la de los vinos blancos. Vinos de una sola noche, los llaman los franceses. Una sola noche es el tiempo de maceración. O de la pasión. Y hay vinos rosados que están diseñados desde el viñedo, nacen como rosé desde el vamos.
Los famosos rosados de Provence esos que emocionaban a la escritora-bodeguera Colette, siempre a partir de Grenache y Cinsault, nacen como rosé desde el principio, con aromas más elegantes pero colores más desvaídos: “vinos pálidos y perfumados como la rosa muerta” escribe la escritora francesa para quien la viña y el vino son grandes misterios.
Los de Navarra son más potentes. Cualquiera sea su estilo van con todo, versatilidad absoluta a la hora de combinarlos con platos, compañías y estados del alma. Pero su mejor aliada es la cocina mediterránea, las ensaladas, los vegetales grillados, ratatouille, quiches. Eso sí, ni pensar en guardarlos, se beben jóvenes, mientras sonríen, Y muy fríos.
Una breve lista de mis preferidos: A rosé is a rosé, is a rosé, de Luigi Bosca, blend de Pinot Gris –es un vino casi gris, tenue, apenas cítrico, de emocionante textura–; Hey Rosé, de Matías Riccitelli; Vuelá de Lurton, de una sutileza poética, casi sin color. Para cotidianeidades, un clásico de precio más que sensato: Santa Julia, Rosé de Syrah, derrocha sensualidad. Hay más, pero me entero que mi preferido, el único Petit Verdot rosado que existe por acá, de Finca La Anita, recién lo van a volver a tener en la próxima vendimia. Lo beberemos recién nacido. ◉