
Cuando el asfalto se derrite, es imposible pensar en un tinto enjundioso. Los que recomiendo en esta columna pueden acompañar todo o casi todo. Van con las ganas de pasarlo lo mejor posible en la encerrona planetaria.
Publicado por Elisabeth Checa | Dic 29, 2020 | Vinos |
os vinos blancos ligeros y de acento ácido, que no han pasado por madera (Sauvignon Blanc, Chenin, Torrontés, Albariño, Viognier, Semillón), dejan en nariz, boca y ser una sensación de ligera frescura. No cansan las papilas. El espectro de aromas en estos vinos es muy amplio: pasto, cítricos, damascos, mango, ananá, fruta de la pasión, manzanas y flores como el azahar o jazmín (en el Torrontés). Van bien con pescados blancos, ensaladas y algunos guisos regionales como el locro o la humita de verano. También con ceviches y pescados marinados.
De los Viognier, hay que probar el Flores Blancas de Santa Julia y el de Zuccardi –más abstractos que impresionistas–. Se llevan genial con platos que incluyan hierbas frescas, como tomillo, albahaca o romero. Y con aquellos postres que remitan a esas mismas frutas que aparecen en los aromas del vino.
Me seduce el Old Vineyard Torrontés de El Esteco, con su potencia y complejidad que supera a la de cualquier Torrontés. En cuanto a Sauvignon Blanc acabo de probar el Tomero 2020, fresco y expresivo. No maracuyea, es más Sancerre que aquellos de Nueva Zelanda con exceso de tropicalismos.
En el caso de los blancos con cuerpo criados en roble, generalmente Chardonnay, con gran estructura tánica, debido a la madera conviene pensar en platos más complejos: un pescado grillado no lo soporta. Tampoco pescados con salsa ligeramente agrias, porque convertiría a los vinos en dulzones y pesados. Digamos que la combinación de los taninos de la madera con pescados grasos, es mala idea, convierte en desagradable a todo: al vino y al pobre pescado. Hay cada vez menos Chardonnay lechosos, son recuerdos de placard nuevo.
Son vinos delicados de combinar ya que en general tienen bastante contenido alcohólico. Y sal y alcohol dejan una sensación amarga. Este tipo de blancos anda bien con texturas cremosas, por ejemplo una clásica blanquette de ternera, un risotto con hongos y crustáceos, salsas condimentadas con estragón, nueces o vainilla pueden hacer resaltar las mejores virtudes de un Chardonnay, criado en barrica. En su medida y armoniosamente, como el Saint Felicien.
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Ligeros y bebibles, o más complejos y potentes, los blancos y rosados le ponen frescura al verano y se hacen amigos de los platos de esta estación: la más calurosa del año.
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El Riesling Terroir 2019 de Luigi Bosca es un blanco con alma de tinto, tiene muchas capas de aromas, y laberintos en boca. Complejo y delicioso. Ese Riesling es pionero de la variedad en Argentina, ya que el ingeniero Alberto Arizu en un lejano viaje a Alemania, se hizo de un plantin de Riesling. Y lo plantó, creo, en Luján de Cuyo. Ese fue el inicio de este vino no solo pionero como variedad: como el mudo, cada día canta mejor. Pablo Cúneo ahora enólogo de la bodega lo trata con talento, sin toqueteos, como trata a todos los vinos de esta bodega histórica. Me gusta combinar al Riesling con un solomillo de cerdo, con algún plato thai o simplemente con las salchichas de Benavídez y el chucrut de Guido Tassi en El Preferido de Palermo.
El Rutini Gewurzstraminer cosecha 2020 es otro emblemático blanco diseñado por el genial Mariano Di Paola, al que le van bien los platos de Sudestada o las morcillas con peras.
Los rosados se multiplican en Argentina, muchos aparecen en fastuosas botellas de diseño. Insuperable el rosé 2020 de Luigi Bosca A rose is a rose is a rose, en la última cosecha el blend es Pinot Noir y Pinot Gris, etéreo y seco. Para la hora azul o la madrugada. No marida con maridos.
También sigo fiel al rosé Vuelá de Piedra Negra. Me recuerda a los vinos grises del Magreb. Debo decir que me gustan muchísimos más, pero algunos, ay, son fotocopias, demasiado parecidos entre sí. Eso sí, me encanta el Saint Felicien rosé inspirado en los vinos del sur de Francia, un Malbec al que se le suman Syrah y Grenache, le hubiera encantado a Colette.
Imprescindible probar los flamantes blancos que reivindican variedades tradicionales, El Nacional de Santa Julia cosecha 2019 blend de Semillón y Torrontés y el DV Catena Semillon- Chenin de Agrelo. El Semillón es un histórico blanco de los nonos, recuperado desde hace bastantes años. Está absolutamente de moda. Otro imperdible en este estilo: Alto Las Hormigas Blanco. Elaborado con esas variedades que bebíamos antes de conocer sus nombres, Semillón y Chenin. Los de toda la vida.
Hay todo un repertorio de blancos y rosados para celebrar o, por lo menos, atenuar las pálidas de este año que vivimos en peligro. El vino ayuda.