Los militantes de los blancos, felices. Volvieron con todo, en su rica diversidad, con sus identidades inconfundibles. Y al mezclarlos se obtienen resultados asombrosos.

De la paleta del pintor-enólogo nacen vinos virtuosos y diferentes,  especialmente a la hora de combinarlos con platos, destino natural de los vinos. Si en una cata a ciegas, muchas veces es complicado para los no iniciados descubrir las diferencias entre los varietales tintos, en los blancos resulta mucho más sencillo. Jamás se podrá confundir un Sauvignon Blanc, sobre todo envuelto en sus tropicalismos, con un austero Pinot Gris o un sensual Torrontés. O con el Chardonnay, que mantiene su vigencia como reina de los cepajes blancos y que muestra sus infinitas caras, cada vez más frescas, menos lechosas, más atractivas, con diferentes texturas que provienen del suelo y del modo de tratarlas, hasta ciertas variedades, como el casi olvidado Chenin o el Semillón, esa uva blanca que tantas veces se encontraba en el mismo viñedo que el Malbec, en las fincas de los nonos, y que forma parte de nuestra identidad enológica. O el ahora más frecuentado Viognier, que recién apareció en la Argentina hace 25 años, traído por Enrique Pescarmona. Además de la incorporación de variedades hasta ahora poco conocidas en la patria como la Rousanne, de alma mediterránea. Es cierto que hay poco Riesling y aún menos Gewürztraminer, pero aparecen algunos intentos en regiones impensadas, como varietales o entreverados, que nos brindan un universo emocionante de aromas, sabores y texturas.
Entre los últimos ejemplos pienso en el blend Blanc de Blancs de El Esteco, con su cinco varietales, todas de los Valles Calchaquíes: Marsanne, Rousanne, Chardonnay, Viognier y Torrontés; cada variedad vinificada de un modo diferente por el talantoso Ale Pepa. Es sólo un ejemplo flamante, aunque ya contamos con algunos en este estilo como el Blend de Blanchard Lurton, quien recién presentó el típico assemblage bordalés de Semillón-Sauvignon Blanc: Le Fou, un loco que apunta directo al corazón de los ceviches y de los platos asiáticos. Sin olvidar al ya clásico Gala I de Luigi Bosca, un pionero que sigue seduciendo con su elegancia infinita y compleja (Viognier, Chardonnay, Riesling).

A la hora del asado, cualquiera de estos vinos complejos y al mismo tiempo frescos y afilados, con varias capas en sus texturas y aromas, acompañan maravillosamente ciertas achuras, como las mollejas, los chinchulines de cordero de Don Julio, las morcillas y también algunos cortes de cerdo o de cordero. Y por supuesto todos los platos de la cocina asiática, boom en los barrios porteños.

Y, de la misma bodega, Del Alma, un feliz encuentro entre Chardonnay, Sauvignon Blanc, Viognier, Pinot Gris y Riesling. En cuanto a blends blancos de cada día, muchos hedonistas recurren al blanco de Amalaya, un delicado Torrontés, más austero que sus hermanos, cortados con un toque de Riesling que le concede cierta complejidad y equilibra los desbordes del Torrontés. Otros prefieren Serie A Chardonnay-Viognier de Zuccardi, también pionero entre los assemblages blancos.

Conviene recordar también unos de los mejores blancos de Argentina: Susana Balbo Signature White Blend, que incluye Torrontés, Semillón y Sauvignon Blanc. Nada mejor para un auténtico brie, las ostras de Crizia, o el foie de Maxi Matsumoto en Aldo’s. Otro pionero en blends blancos: Gran Lurton de la Bodega Piedra Negra, con su corte friulano: Tocai friulano (Sauvignonaisse hay que llamarla, según el INV), Pinot Gris, Chardonnay y toque de Torrontés del Valle de Uco, ya reconocido como entre los mejores en este estilo.  ◉