A una hora y media de Bogotá, en un rincón de Gachancipá, Cundinamarca, dos campesinas, madre e hija, comparten sus historias y sus recetas, y nos abren las puertas del conmovedor museo que montaron en plena montaña.

Publicado por  | Feb 15, 2022 |  |     

ilia Jiménez Ríos tiene 73 años, una hija y muchas historias. Nació en una maloca –construcción típica hecha de madera y barro– que sobrevivió a tres generaciones, y probablemente allí también quiera despedirse del mundo.

Sus días se escurren en este rincón de la alta montaña, donde el verde se pinta de oscuro con las nubes o vibra furioso con el sol, y la atmósfera es de calma chicha. Aunque el  aparente relax campestre esconde un trabajo que termina a la nochecita y vuelve a empezar al amanecer, una y otra vez.

Para Lilia y su hija Yadira no hay tregua. Solitas –“solitas no, con la ayuda de un vecino”, aclara Yadira, se ocupan de los trabajos de la tierra. Cultivan y cosechan maíz porva nativo, de color amarillo oro, y unos porotos rojos –“caraotas”–, con los que preparan una bebida a la que llaman “chocolate”. La lista de tareas es larga; el trabajo, arduo, pero las dos mujeres sonríen y no para la foto.

En septiembre 5 de 2021, cuando el Municipio cumplió 409 años, Lilia Jiménez Ríos recibió una medalla de reconocimiento por los aportes a la cultura gastronómica de Gachancipá.

Es temporada de maíces y nos acercamos al maizal, subiendo una cuesta en la montaña.

–¿Le gusta la vida en este lugar, Lilia?– Pregunto.
–Mucho, su merced. Yo quiero a mi pueblo. Acá puedo mirar el paisaje y caminar tranquila, sola con mis pensamientos.
Dice y desprende las mazorcas de las plantas con tanta precisión como respeto. Igual que el que Yadira transmite al ordeñar sus vacas. “Ellas tienen que consentir el ordeñe”, sonríe mientras aprieta los pezones del animal y la leche cae perpendicular en un balde que se llena de líquido tibio y espuma blanca: mañana se convertirá en cuajada.

Yadira me cuenta que aquí, todo es tal cual. Que crían a sus animales como la tradición manda. Y que nada de lo que cultivan se alimenta de otra cosa que no sea lo que la tierra le regala. Del campo a la mesa, un camino construido a escala humana por manos generosas que dan de comer a las gallinas, siembran, cuidan este paraíso y también amasan delicias.

Aquí probé una torta de quinoa, huevos y trigo hecha en el horno de leña. Almojábana. Una sopa de maíz, dulce como la voz de Lilia; y otra, llamada “sopa de indios”. Potente como la tierra.

El Museo reúne objetos en una muestra de los saberes y oficios que pertenecen al patrimonio cultural de la región. Que se han conservado durante generaciones de familias en el territorio de la alta montaña, en la Sabana de Bogotá.

La montaña mágica

Hay que llegar en moto o en camioneta a este lugar para visitar su pequeña posada en la que se alojan turistas, y el museo campesino que crearon hace tiempo en la antigua maloca. El espacio de la casa-museo, al que se entra agachado, por una puerta mínima, ilustra las costumbres de hace siete décadas. Está la cocina en fogón de tres piedras, las ollas de barro para preparar la sopa, el chocolate, o el agua en panela.

Están las mil y una piezas familiares utilizadas para la liturgia religiosa. Novenas, catecismos, imágenes de santos, cuadernos de croché y macramé que conviven con baules de madera, camas pequeñas –cujas–, documentos de la época, ruanas de paño. La escena se completa con un granero de semillas nativas y muchas herramientas de labranza campesina. Yadira levanta del suelo un puñado de cubios de colores. Regalos de la tierra que le ponen el broche final al recorrido por este refugio de naturaleza generosa. Un recorte de la vida rural en la vastedad de Cundinamarca. 

Datos útiles

Museo Campesino
Vereda San José, Gachancipá,
Cundinamarca, Colombia.
Museo Histórico. Visitas guiadas. Huerta de semillas nativas. Gastronomía ancestral. Posada.

www.museocampesino.org
IG: @museocampesino

Agradecimientos: Leonor Spinosa y Laura Hernández | IDT Bogotá | Juan Pablo Starving.

Sopa de indios

Ingredientes
½ taza de arvejas
½ taza de habas
2 tazas de papa criolla en cubos
4 hojas de acelga
1 kg de carne de res para puchero
2 dientes de ajo
½ taza de verdeo picado
1 cda de cilantro
2 l de agua
½ taza de harina de maíz
½ taza de cuajada
2 huevos
Pizca de sal 

Procedimiento
1. En una olla con agua, hervir la carne hasta que se deshilache.
2. Agregar las papas peladas (pueden ser papines, a falta de papas criollas). Cocinarlas hasta que estén tiernas.
3. Incorporar la acelga.
4. Añadir a la harina de maíz, la cuajada y los huevos. Armar bolitas.
5. Colocar las bolitas en la preparación anterior hasta que floten, señal de que ya están cocidas.
6. Servir bien caliente con cilantro picado groseramente.

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Carlos Tello
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