Elisabeth Checa

Los buenos vinos argentinos

Desde hace 15 años, la periodista Elisabeth Checa publica esta guía que es un éxito editorial. La versión 2022, que escribió con Fabricio Portelli y que se presentó hace unos días, fue la excusa para hablar con ella sobre los vinos, los viajes, la vida.

Publicado por Fotos Roberto C. Báez M. | Jul 26, 2022 | 

a primera guía la hice con Miguel Brascó y con esa edición ganamos el premio Gourmand World Cook Book  Awards, en Kuala Lumpur, cuenta mientras se acomoda los rulos rojos y prende un pucho en el balcón de su departamento de Palermo. En el living hay una biblioteca con cientos de libros ordenados a la sans façon, un mueble en el que se apilan Cds de Susana Baca, Johannes Brahms, Daniel Melingo, Billie Holiday, un cuadro que lleva la firma de su hijo Ernesto (Oldenburg), una mesa de roble y un pequeño bar, me gusta el vino más que los tragos, pero cada tanto me tomo un Single Malt o un gin tonic, dice. 

Checa acaba de publicar –junto con Fabricio Portelli– la última edición de su guía, la primera después de la pandemia, y como en todas las anteriores, aparece el aporte de colegas, enólogos y amigos, mientras los puntajes de los vinos y la palabra “maridaje” brillan por su ausencia.

El puntaje le viene bien a los bodegueros para vender vinos en Suecia o Estados Unidos, pero yo escribo para los consumidores argentinos y a ellos  no les importa. Además no puntúo porque –lo dije tantas veces– para mí el vino es el vino y sus circunstancias. Un día te parece maravilloso porque hay sol, porque estás comiendo algo rico y entonces le das 95 puntos. Y al otro día la carne está pasada, estás de mal humor, dormiste mal y le das 85. Hay una leve objetividad en la que me baso al hacer la guía: si el vino tiene madera, si está desequilibrado… Pero no me gustan las puntuaciones ni la palabra “maridaje”, que surgió de la movida española. ¿Hay algo más aburrido que un marido? Además, no siempre hay acuerdos. A lo mejor con el marido te peleás mucho más. No todos los matrimonios son felices, dice. 

La TV le dio fama y el carisma, amigos. En la presentación de su guía estaban todos. “Me quieren por mi humor negro y a veces ácido. Los hago reír,” dice E.C.

¿Cómo ves la evolución de nuestros vinos?
–Hace dos décadas nuestros vinos tenían demasiado de todo: mucha madera, mucho alcohol. Después aparecieron enólogos jóvenes que cambiaron la forma de elaborarlos. Hicieron micro vinificaciones, investigaron los suelos. Yo entendí la importancia del suelo en una presentación de Altos las Hormigas guiada por Pedro Parra y puedo percibirla en algunos vinos, como el Chardonnay y el Syrah de Pedernal, San Juan. Al mismo tiempo, hay una vuelta dialéctica a los clásicos, como los de López. Ahora se busca identidad. Se apuesta más al lugar que al varietal. 

¿Qué vinos del mundo y de la Argentina te emocionan?
Los de Jerez, los de Oporto. Los del Pomerol, el Merlot sobre todo. Esa fue la primera variedad que descubrí acá gracias a Raúl de la Mota, cuando él estaba en Weinert y todavía se hablaba muy poco de variedades. Yo soy merlotera y también me gusta el Malbec de ahora, que tiene muchas más caras, ya no es ese empalago voluptuoso. Hay Malbec de altura maravillosos, como los salteños.

¿Enólogos argentinos que te resulten interesantes?
–Sebastián Zuccardi, Ale Vigil, Matías Riccitelli, David Bonomi, el Colo Sejanovich, Alejandro Pepa, Mariano Di Paola, Roberto de la Mota, Pepe Galante, Edy Del Pópolo. De los jóvenes, los Michelini, Lucas Niven. En toda la Argentina se hacen buenos vinos, cada vez mejores. Este país es un gran viñedo.

En la cava de Aldo’s Vinoteca, que lleva su nombre, Checa presentó la edición 2022 de Los Buenos Vinos Argentinos, donde escriben Fabricio Portelli, Ernesto y Federico Oldenburg, Pablo Rivero, Leo Borsi, Roberto de la Mota.

Planeta Checa 

E.C. dice que su vida es como un cuento, pero sus historias son tantas que merecerían una novela. Cultivó amores locos e ideas geniales. Recorrió el mundo y no sacó una sola foto. Estaba ocupada viviendo, explica. Trabajó en Tribunales, alternando ese universo de causas, consecuencias y expedientes con el del periodismo gastronómico: “a la mañana hablaba con las madres de los chorros y a la tarde escribía sobre champagne.”

Fue arte y parte de Cuisine & Vins, columnista en la revista El Gourmet y pionera en el terreno digital. La nombraron Cavalheiro del Oporto en Portugal, obtuvo en Pamplona el premio Eva, de la mano de Andoni Luis Aduriz y Alex Atala, pero fue en la feria Masticar donde recibió el reconocimiento que más la conmovió: Sin vos nada hubiera sido lo mismo. Checa convirtió su nombre en una marca registrada y su oficio en un caleidoscopio. Hizo radio y televisión. Escribió artículos en distintos medios. Es coautora del libro Cartas sobre la Mesa. Tiene poemas publicados y una novela en su cabeza. 

¿Estás escribiendo más allá de lo gastronómico?
–Escribo poesía sobre el vino, me embalé con eso. Y empecé mi novela. “El argelino”, se llama. El año que pasé en Argelia fue decisivo en mi vida. Tenía 23 años. Fui con mi marido sueco –Bengt Oldenburg–, que era crítico de arte y en aquel momento trabajaba como periodista. Me entusiasmaba conocer Argelia justo después de su independencia.

Sos una gran lectora. ¿Qué leíste últimamente?
–Alterno antologías de Juan José Saer, de William Faulkner y de Mario Levrero. Siempre vuelvo a Hebe Uhart. Fue compañera mía de la facultad de filosofía. Últimamente me entusiasmaron los cuentos de Aurora Venturini; la novela La uruguaya, de Pedro Mairal; y El infinito es un junco, un ensayo muy liviano sobre la historia de los libros.

Empezaste este oficio de la mano de Miguel Brascó. ¿Cómo lo conociste?
–Era muy joven, estaba casada con el Yanky (Juan Diego) Vila, un tipo brillante que tocaba el piano como los dioses y era amigo de Brascó. Comíamos en Edelweiss, en Chiquilín, en Dora, pero a nadie le importaba la cocina. La onda gastronómica apareció en el 64, con la revista Adán, de la empresa Abril. Miguel era abogado en ese momento, y también un ilustrador y un poeta excepcional. Después abrió una editorial que se llamaba Rewriting: literal, él reescribía todo. Había que tener una gran autoestima para trabajar ahí porque Miguel te hacía pelota todas las notas, a mí no me afectaba pero hubo gente que no se la bancó.

En aquella época de rapsodia bohemia Checa empezó la carrera de filosofía. Me anoté en la Universidad de Buenos Aires por romanticismo, más literario que intelectual. Entre clase y clase tomábamos claritos (dry martini) en el Bárbaro. Escuchaba jazz en sótanos porteños. Fue un tiempo de amores, descubrimientos, encuentros y desencuentros, recuerda.

A veces me parece que en los que comunican nuestra bebida nacional, falta amor por el vino. Si querés ayudar al vino no lo hagas difícil. Yo amo el vino y no me gusta que tengan que traducirlo.

¿Conectás la filosofía con el vino?
–La filosofía sirve para la guitarreada y para todo, es la ciencia del ser. Yo no hago una filosofía del vino, para nada,  pero me gusta decir que hay vinos heraclitianos, cartesianos.

Y tu estilo de vinos ¿cuál es?
–El “cartesiano”, fresco y elegante, no muy alcohólico. Prefiero los vinos que no estén tapados por la madera. Que vibren. Que sean versátiles. Me encanta el Pinot Noir, pero no el que va en contra de su identidad y ‘malbequea’, sino el que tiene esa cosa terrosa, podridita, decadente de los Pinot de Borgoña, por ejemplo, los patagónicos. Y me gustan cada vez más los blancos, tienen identidad definida: si vos catás cuatro vinos blancos no te confundís, a los tintos es más difícil distinguirlos. Los blancos estuvieron de moda en los 80. Y se hacían mal. Ahora se redescubrieron. se están haciendo blancos extraordinarios en nuestro país .

¿Qué cosas te aburren del discurso del vino?
–Los tecnicismos, al vino hay que acercarlo a la gente. Ese discurso es pianta votos. Yo soy pre sommelier, aunque me llevo muy bien con todos los sommeliers con los que hago mi guía, como Fabricio (Portelli), una persona generosa que sabe más de vinos que yo y describe mejor sus aspectos técnicos. ¿Sabés que nunca disentimos cuando evaluamos un vino?

Pionera

Fui la primera periodista que entrevistó a Pepe Zuccardi, en Santa Julia. Y descubrí a Finca La Anita, de Manuel Mas: de ese descubrimiento quedó una amistad. Conocí Colomé con Michel Rolland, antes que lo comprara Hess, cuando era de los Dávalos: ese es un lugar que amo. De los restaurantes, mi gran descubrimiento fue Oviedo, le hice la primera nota. También a Morizono, de Silvia Morizono. 

¿Y Don Julio?
–Vivo a 100 metros de Don Julio, es como mi casa. Era el boliche del barrio y asistí a todas sus etapas. Cada vez que Federico (Oldenburg, su hijo mayor, que es periodista gastronómico y vive en España), viene a Argentina, el primer restaurante al que vamos es Don Julio y nos ponemos al día de la actualidad vinícola de Argentina.

Marcabas tendencia, finalmente eras una influencer…
¡No, no! ¡Jamás! Se ha banalizado esta profesión. Lo que me interesa ahora es la cocina de producto y su contexto. La gastronomía y su relación con la historia, la antropología y la política. Abarca un espectro más amplio que el de los restaurantes (la parte más obvia). Además creo que no se puede juzgar un restaurante como si fuera una obra de Mozart.

¿Cómo ves la gastronomía argentina?
–Cambió. Hay lugares muy interesantes, como Anchoíta, donde podés comer pescados de río maravillosos y probar vinos de toda la Argentina. O El Preferido, que tiene platos cancheros de la cocina porteña y una charcutería extraordinaria. Por suerte, cada vez hay menos cosas espantosas, como esa pizza en copa de Martini que me sirvieron una vez. Se vuelve a la cocina de verdad. Menos investigación, más sabor, más producto. Acá casi no hay cocina tecno emocional. Y está bien. Para emociones tenemos bastante con nosotros mismos.

“Los vinos de baja intervención están de moda. Cada vez hay más consumidores jóvenes, militantes de la vida sana, casi al extremo, que exigen vinos naturales, orgánicos, biodinámicos. No todos están bien hechos.”

Viajes, la mejor universidad del mundo

“Más allá de los viajes del ‘oficio’ –a cataluña, Galicia, El País Vasco, Champagne, recuerdo los viajes de la vida: a los 20 años viví en París, después en Finlandia. Pasé un año en la India, que me fascinó y donde me hice amiga del músico Ravi Shankar. Y en Argelia. ¡Ah! Me fui con mis hijos (Federico y Ernesto) y mi marido Bengt Oldenburg a Perú en 1976. Fue intenso y difícil. Mi familia es peruana, me encantó ese país pero era el exilio, con lo que eso implica. Me tuve que ir porque yo era militante política y la cosa acá se había puesto fulera. Volví al año. Era riesgoso volver, pero no aguantaba más.”

¿A cuál de todos esos sitios volverías?
–A un lugar en el Mediterráneo, a pocos kilómetros de Argelia, que figura en Bodas en Tipasauno de los primeros libros de Camus. Extraño ese mar. Dice Checa y vuelve al balcón, al cigarrilloa los amores oceánicos. “Aquí mismo, sé que nunca me aproximaré suficientemente al mundo. Necesito estar desnudo y hundirme luego en el mar, perfumado todavía por las esencias de la tierra, lavarlas en él y atar sobre mi piel el abrazo por el cual suspiran, labio a labio, desde hace tiempo, la tierra y el mar…” Albert Camus (Bodas en Tipasa).

Los Buenos Vinos Argentinos ya está en las librerías del país a $3900 a través de www.buscalibre.com.ar. También se encuentra en formato eBook en Google Play Libros ($1950).