La periodista de vinos, autora de una guía que ya es un clásico y dueña de un nombre que se convirtió en marca registrada, hace un repaso de nuestra enología, de sus viajes, sus gustos y disgustos. Con ustedes, la Checa.

Publicado por | Ago 27, 2020 | |

ice que su vida es como un cuento pero sus mil historias merecerían una novela. Elisabeth Checa –la Checa– cultivó amores locos e ideas geniales. Fue amiga de Luis Felipe Noé y de León Ferrari. Leyó, comió y viajó todo lo que pudo. Recorrió el mundo y no sacó ni una sola foto. “Estaba ocupada viviendo”. Trabajó muchos años en Tribunales, alternando ese universo de causas, consecuencias y expedientes con el del periodismo gastronómico: “a la mañana hablaba con las madres de los chorros y a la tarde escribía sobre champagne”. Fue arte y parte de la revista Cuisine & Vins, columnista de lujo en la publicación El Gourmet y pionera en el terreno digital. 

Checa convirtió su nombre en una marca registrada y su oficio en un caleidoscopio. Hizo radio y televisión. Escribió poesías, artículos, guías de vinos. Es coautora del libro Cartas sobre la Mesa. Tiene un cuento en la gatera y una novela en su cabeza. De los premios que recibió –algunos internacionales, como el de Cavalheiro del Oporto”–, el que más le gusta es el que le dieron en la feria MASTICAR hace unos años: “Sin vos, nada hubiera sido lo mismo”.

 EL PRINCIPIO DE PLACER

“¿Viste qué poco estoy fumando?”, dice y prende un pucho en el balcón de su departamento de Palermo. Fuma como si lo que tuviera entre los dedos no fuera un cigarrillo sino una barrita de chocolate. Fuma con un placer que conmueve. Desde el edificio de enfrente una pareja le grita “Checa”, y levanta una copa. “Es la hora del brindis con mis vecinos”, dice. El balcón con plantas y una mesita con un cenicero es una ventana –bastante discreta– que apenas permite sospechar la intimidad de los vecinos. En el living hay una biblioteca, un mueble con Cds de Susana Baca, Debussy y Keith Jarrett, un cuadro de su hijo Ernesto (Oldenburg), una mesa de roble y un pequeño bar “no me gustan los tragos pero cada tanto me tomo un Single Malt.”

Checa tiene rulos descocados que se acomoda cada tanto con gesto coqueto, vitalidad a ultranza y cero miedo. Dice que a fuerza de capacidad de adaptación no sufrió el arranque de la cuarentena. “Era como desintoxicarme de gente, de eventos”. Y que ahora se siente en el límite del hartazgo. “Cocino, pongo la mesa para mí, pero mi casa siempre fue un centro de reunión. Me gusta comer rico, me gusta el vino, tengo muchos vinos para probar pero ambas cosas son para compartir. Hago una pascualina y me dura cuatro días.”

Sos una gran lectora. ¿Seguís leyendo en cuarentena?
–Al principio me costó muchísimo, ahora alterno antologías de Juan José Saer, de William Faulkner y de Mario Levrero. Leí “Herejes”,de Leonardo Padura. Maravilloso, especialmente para quienes aman la pintura. Ese libro me enganchó hasta la madrugada. Pero la verdad es que leo más en tiempos normales.

¿ Escribís en cuarentena?
–Empecé a escribir cosas fuera de lo gastronómico. Un cuento y una novela. Y el cuento lo terminé. ¡Mi vida es un cuento!

Empezaste este oficio de la mano de Miguel Brascó. ¿Cómo lo conociste?
–Era muy joven, estaba casada con el Yanky (Juan Diego) Vila, un tipo brillante que tocaba el piano como los dioses y era amigo de Brascó. Comíamos en Edelweiss, en Chiquilín, en Dora, pero a nadie le importaba la cocina en ese momento. La onda gastronómica apareció en el 64, con la revista Adán, de la empresa Abril. Miguel era abogado en ese momento, y un poeta excepcional. Después abrió una editorial que se llamaba Rewriting: literal, él reescribía todo. Había que tener una gran autoestima para trabajar ahí porque Miguel te hacía pelota todas las notas, a mí no me importaba pero hubo gente que no se la bancó.

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En 2008 recibió en Pamplona el premio EVA, de manos de un jurado integrado por Andoni Luis Aduriz y Alex Atala. El año pasado, Aldo Graziani bautizó la cava de su restaurante Aldo’s con su nombre.
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En aquella época de rapsodia bohemia Checa empezó la carrera de filosofía. “Me anoté en la Universidad de Buenos Aires por romanticismo, más literario que intelectual. No terminé la carrera ni la terminaré. Entre clase y clase tomábamos claritos (dry martini) en el Bárbaro. Escuchaba jazz en sótanos porteños. Fue un tiempo de amores, descubrimientos, encuentros y desencuentros.”

¿Conectás la filosofía con el vino?
–La filosofía sirve para la guitarreada y para todo, es la ciencia del ser. Yo no hago una filosofía del vino pero me gusta decir que hay vinos heraclitianos, cartesianos.

Checa escribe sobre vinos con la misma técnica que escribe una crónica de viajes, y en una misma frase, suelta de cuerpo y de pluma, te zampa un “chambré” y un “croto”.

¿Qué cosas te aburren del discurso del vino?
–Los tecnicismos, al vino hay que acercarlo a la gente. Ese discurso es pianta votos. Yo soy pre sommelier. A veces me parece que en los que comunican nuestra bebida nacional, falta amor por el vino. Si querés ayudar al vino no lo hagas difícil. Yo amo el vino y no me gusta que tengan que traducirlo.

Se flexibilizaron los hábitos de consumo, de nuevo el vino con soda dejó de ser mala palabra. ¿Cuál es la regla indeclinable?
–Lo único que no acepto es el vino “a temperatura ambiente”, que si estás en verano o en el Trópico es alta. Los blancos, fríos, no congelados; los tintos, refrescados. Lo demás, no importa nada.

Checa nos guía

Desde hace 15 años Elisabeth publica una guía de vinos que es un éxito editorial y muchos ya están esperando la próxima. “La primera la hice con Miguel Brascó y con esa edición ganamos un premio (Gourmand World Cook Book  Awards, en Kuala Lumpur). Seguramente la haré de nuevo y saldrá no este año sino el que viene. La última guía la presenté dos días antes de la cuarentena”.

¿Por qué no incluís puntajes en tu guía?
–El puntaje le viene bien a los bodegueros para vender en Suecia o Estados Unidos, pero yo escribo para los consumidores argentinos y a los consumidores argentinos no les importa el puntaje, tampoco a los franceses ni a los españoles. Y además no puntúo porque –lo dije tantas veces– para mí el vino es el vino y sus circunstancias. Un día un vino te puede parecer maravilloso porque hay sol, porque estás comiendo algo rico con alguien o sola y entonces le das 95 puntos. Y al otro día la carne está pasada, estás de mal humor, dormiste mal y le das 85. Ya casi no hay vinos malos en Argentina. Hay una leve objetividad en la que me baso al hacer la guía: si el vino tiene madera, o exceso de acidez, si está desequilibrado…

Además de no puntuar vinos, tampoco usa la palabra “maridaje” para hablar de acuerdos entre vinos y platos. “Maridaje es un término que surgió de la movida española. Nunca la escribí. ¿Hay algo más aburrido que un marido? Además, no siempre hay acuerdos. A lo mejor con el marido te peleás mucho más. No todos los matrimonios son felices.”

TODOS LOS VINOS EL VINO

“Hace dos décadas, los vinos tenían demasiado de todo: mucha madera, mucho alcohol, eran pesados, después se hicieron más bebibles y aparecieron enólogos jóvenes que cambiaron el modo de hacer vinos. Hicieron investigación sobre los suelos, micro vinificaciones, todo  un trabajo muy interesante. Y al mismo tiempo hay una vuelta dialéctica a los clásicos, como los de López. Ahora se busca más identidad. No se apuesta tanto al varietal sino al lugar. Pero acá no podemos hablar de un lugar como hablan los franceses de Borgoña, vas a un boliche croto o a un buen restaurante en París y no pedís un Pinot Noir sino un Borgoña. A los enólogos les gustaría que se llamara a los vinos por su lugar de origen. Pero para exportar es bastante difícil. Apenas se sabe dónde queda Argentina. Imaginate Valle de Uco.”

¿Qué vinos te emocionan?
De los vinos del mundo prefiero los del Pomerol, Cabernet Franc, Merlot sobre todo. Los vinos de Jerez. De Oporto. De los vinos de acá, me gustan mucho algunas variedades pero no se puede hablar de variedades en general. El resultado de un varietal depende del suelo, del enólogo, del manejo en el viñedo.

¿Y si tuvieras que hablar solo de varietales?
–Empiezo por el Syrah, aunque ahora esté algo devaluado gracias a que los australianos lo hacían cada vez más comercial y más obvio. El Syrah del Valle del Pedernal es fuera de serie. También me gusta el Merlot, porque fue la primera variedad que descubrí gracias a Raúl de la Mota. Él estaba en Weinert, y se hablaba muy poco de variedades en ese momento.

¿Tu estilo de vinos?
–Los vinos equilibrados, cartesianos, con frescura y elegancia, no muy alcohólicos, que no tengan nada demasiado “de”. Y me gustan cada vez más los blancos, tienen identidad definida: si vos catás 4 vinos blancos no te confundís, a los tintos es más difícil distinguirlos. Los blancos estuvieron de moda en los 80. Y se hacían mal. Ahora se están redescubriendo. Siempre empiezo con un blanco y después sigo con otros vinos.

¿Qué enólogos argentinos te resultan interesantes?
–Mariano Di Paola, Roberto de la Mota, Pepe Galante, Edy Del Pópolo. De los jóvenes, los Michelini, Lucas Niven, Sebastián Zuccardi, Ale Vigil, Matías Riccitelli, David Bonomi. Hay toda una patota de enólogos mendocinos y algunos de Salta como Agustín Lanús, que hace vinos maravillosos. En toda Argentina se hacen buenos vinos, cada vez mejores. Probé muy buenos vinos de Chubut. Se está haciendo Tannat en Uribelarrea. Este país es un gran viñedo.

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“Me encanta el Pinot Noir, pero el que tiene esa cosa terrosa, podridita, decadente de los Pinot de Borgoña. No me gustan los que ‘malbequean’.”
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PLANETA CHECA

“Fui la primera periodista que le hizo notas a Pepe Zuccardi, en Santa Julia. Descubrí a Finca La Anita, de Manuel Mas, y de ese descubrimiento quedó una amistad. Me acuerdo bien de mi visita a Colomé con Michel Rolland, antes que lo comprara Hess, cuando era de los Dávalos: ese es un lugar que amo. Mi gran descubrimiento fue Oviedo, le hice la primera nota. También a Morizono, de Silvia Morizono.”

¿Y Don Julio?
–Vivo a 100 metros de Don Julio, es como mi casa. Era el boliche del barrio y asistí a todas sus etapas. Es al primer lugar al que voy a ir a comer cuando termine la cuarentena. Cada vez que Federico (Oldenburg, su hijo mayor, que es periodista gastronómico y vive en España), viene a Argentina y me pide que organice catas para sus amigos sommeliers los llevo a Don Julio. Me sigue gustando y ahora además consumo sus productos de carnicería.

Marcabas tendencia, ¡finalmente eras una influencer!
–¡No, no! ¡Jamás! Pero cuando trabajaba en Cuisine & Vins, la revista había creado un reducto de vinos: “el Reducto del Connaiser”. Después, en el año 2000, el canal El Gourmet me contrató para hacer los contenidos de su página, fue la primera web gastronómica importante. Entonces me copié de Cuisine e hice el Club del Buen Beber para El Gourmet. Hacía catas a ciegas, y de esas catas salieron unos cuantos bodegueros.

También le pusiste el nombre a un vino: Textual
–Fuimos con un grupo de periodistas a cosechar y a elaborar el vino a Santa Julia. Y había que ponerle un nombre. Entonces pensé: qué hacemos los periodistas: textos, por eso le puse Textual.

LA CRÍTICA GASTRONÓMICA

“En este momento de pandemia no podría encarar ese trabajo. Lo mejor ahora es que los restaurantes abran. Se ha banalizado un poco esta profesión. Lo que más me interesa ahora es la cocina de producto. El producto, la base. La alimentación y su contexto.

 Eso tiene que ver con historia, antropología, con política. Abarca un espectro más amplio que el de los restaurantes (la parte más obvia). Además creo que no se puede juzgar un restaurante como si fuera una obra de Mozart”. Dice mientras hunde los dedos en sus rulos tupidos y rojos. 

¿Cómo ves el futuro de la gastronomía argentina?
–Cambió mucho nuestra gastronomía y sobre todo en Buenos Aires hay lugares muy interesantes. Los asiáticos me deslumbran. Y por suerte cada vez hay menos cosas espantosas, como esa pizza en copa de Martini que me sirvieron una vez.

Hay una vuelta a la cocina burguesa, a la cocina de verdad en todo el mundo. Menos investigación, más sabor, más producto. Va a haber muchos cambios. 

¿Qué tal te llevás con la virtualidad?
–Me llevo bien con lo virtual, de hecho Casa Checa (ciclo de catas itinerante) ahora es en modo virtual. Lo organizan mis productores de la radio, Cecilia Di Tirro y Dani Montoya, que también se ocupan de mis redes. No manejo lo que me aburre. Las redes me dan culpa por la pérdida de tiempo y furia por la cantidad de boludeces que miro.

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La TV le dio fama y el carisma amigos. Una vez Miguel Brascó tuvo que hablar sobre Elisabeth en el lanzamiento de su guía de vinos (2012). “Cómo presentar a Checa, Checa es impresentable”, se rió. “No necesita presentación, es más conocida que la ruda.”
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VIAJES, LA MEJOR UNIVERSIDAD DEL MUNDO

“Recuerdo especialmente algunos viajes de la vida: a los 20 años pasé varios meses en París, después estuve en Finlandia y a Alemania. Me marcaron esos viajes, sobre todo el de Finlandia donde me congelé porque era invierno. Después estuve un año en la India, que me fascinó y donde me hice amiga del músico Ravi Shankar. Y también en Argelia, un lugar que tiene que ver con mi historia y con un gran amor. ¡Ah! Viví en Perú un año. Intenso y difícil. Mi familia es peruana, me encantó pero era el exilio, me fui con mis hijos (Federico y Ernesto) y mi marido Bendt Oldenburg (crítico de arte) en 1976, cuando la cosa en Argentina se fuso fulera y volví al año. Fue un riesgo, pero no aguantaba más.” El exilio y sus fantasmas.

¿Y los viajes “profesionales”?
–Recuerdo un viaje a Catalunya y otro a Galicia organizados por la Embajada de España. Pero sobre todo el viaje con Chandon, cuando presentaron Cheval des Andes. Fui a Saint Emillion, a Cheval Blanc, en Bordeaux. También fui a Reims y a Epernay muchas veces: lo que menos me gustaba era beber champagne todo el tiempo.

¿A cuál de todos esos lugares te gustaría volver?
–A Argelia, en realidad a un lugar en el Mediterráneo a pocos kilómetros de Argelia que figura en Bodas en Tipasa, uno de los primeros libros de Camus. Extraño ese mar.

Dice Checa y vuelve al balcón, al cigarrillo, a los amores oceánicos.

“Aquí mismo, sé que nunca me aproximaré suficientemente al mundo. Necesito estar desnudo y hundirme luego en el mar, perfumado todavía por las esencias de la tierra, lavarlas en él y atar sobre mi piel el abrazo por el cual suspiran, labio a labio, desde hace tiempo, la tierra y el mar…” Albert Camus (Bodas en Tipasa).