
los productos del supermercado bajo la lupa
El azúcar atravesó las barreras de los postres, se metió en todo lo que comemos y pegó un salto hacia las golosinas llegando a niveles imposibles. Para seducir a los paladares más jóvenes la industria echó mano de trucos químicos y le sumó a este combo su pesada artillería de marketing. Los últimos privilegiados, los niños.
Publicado por Roly Villani | Ago 7, 2022 | Soberanía alimentaria |
n estos días se volverán a regalar toneladas de golosinas. Son un clásico y, se sabe, a niños y niñas les encantan, aunque también se sabe que son un producto que tiene sus sombras. Una definición técnica de golosinas podría ser “alimentos industriales, nutricionalmente desbalanceados y con un alto contenido de hidratos de carbono”. Pero el “Día del Niñx” se propone como la ocasión especial para un premio inusual. Quizás sea entonces una buena ocasión para indagar y revisar la idea de “premio” en la frontera entre golosina y alimento. O más aún: en cuánto se premia a alguien cuando se le regala lo mismo que come siempre.
Todo es golosina
Desde hace años, la Organización Mundial de la Salud viene alertando sobre el desastre que supuso el cambio de la alimentación mundial que opera desde mediados de los 90. El punto de quiebre es la masividad de los ultraprocesados, nombre con el que conoce a los productos comestibles sometidos no a una cocción sino a varios procesos industriales, para los cuales es necesario, también, agregar una cantidad desproporcionada de aditivos. La mayoría de los comestibles orientados a la niñez son ultraprocesados, sean golosinas o no. Y por el arrollador efecto del marketing, son los alimentos que niños y niñas prefieren. Es decir, la frontera entre golosina y alimento está definitivamente borrada. Todo es “premio”, nada es alimento.
Según la última Encuesta Nacional de Nutrición y Salud publicada en 2019 el consumo de alimentos no recomendados entre los niños es extremadamente alto: el 37% toma bebidas azucaradas diariamente y el 36% consume snacks también diariamente. Es decir, para “regalo”, son demasiado frecuentes. Pero estas costumbres alimenticias contemporáneas determinan, además, unos resultados alarmantes: el 41,1% de los argentinos de entre 5 y 17 años tiene obesidad o sobrepeso. En los niños de 0 a 5 años, Argentina tiene los valores más altos de América Latina: el exceso de peso alcanza el 13,6%. Pero también enciende las alarmas porque señala que estamos ante una epidemia que avanza con los años.
La posibilidad de saber cómo y con qué está hecho lo que comemos es condición necesaria para la soberanía alimentaria y una herramienta para tomar en nuestras manos la alimentación de niños y niñas, al menos mientras están en casa.
La Encuesta Mundial de Salud Escolar, realizada en nuestro país en tres oportunidades, muestra que entre 2007 –cuando se realizó la primera– y 2018 –año en que se hizo la última–, la obesidad aumentó en un 74% en la población adolescente, dice Andrea Graciano, nutricionista e integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la facultad de Medicina de la UBA. Aumento que también documentan otras encuestas poblacionales para los distintos grupos de edad, y que está fuertemente vinculada a las transformaciones de los sistemas alimentarios y, en particular, al consumo creciente de los ultraprocesados, que son el producto estrella del modelo agroindustrial dominante, agrega.
Pese a lo alarmante de la situación, probablemente los datos de la malnutrición de nuestras infancias no sean sorprendentes: habitualmente se habla de estos malos resultados en la radio, la TV y las redes. Es curiosa, sin embargo, la conclusión que sacan las multinacionales de tales datos: hay que agregarle nutrientes a esa misma comida basura que generó el desajuste.
El marketing saludable
En materia de comestibles para niños, la publicidad tiene dos recursos muy claros: personajes populares y colores brillantes para los niños y mensajes tranquilizadores de vitaminas y minerales incorporados para los padres. Veamos cómo funciona esto en dos productos que los padres eligen como “colaciones” suponiendo que tienen más o mejor alimento que las golosinas: los alfajores y las barritas de cereal.

Salvo algunas (poquísimas) excepciones, eso negro con sabor a chocolate que cubre a los alfajores es un baño de repostería hecho en base a grasas hidrogenadas, cacao en polvo, aceites vegetales, colorantes y emulsionantes. Pero no es chocolate porque no tiene sus dos ingredientes principales: ni manteca de cacao ni pasta de cacao. Es decir, es algo que estimula las sensaciones de estar comiendo chocolate, pero no es chocolate. A tal punto que ni siquiera es marrón: en casi todos los casos, el color chocolatoso se lo aporta el colorante E155 (denominado también Pardo HT o Marrón HT), una sal sódica que en algunas personas puede causar reacciones alérgicas, actuar como liberador de histamina o intensificar los síntomas del asma. Y el dulce de leche –que no es leche con azúcar caramelizada sino una pasta de agua, almidones, mucha azúcar y colorantes- tiene, en la mayoría de los casos, un aditivo conocido como E407 (carragenanos). Se trata de un espesante no recomendado para niños y mujeres embarazadas porque puede debilitar el sistema inmunitario. Todos los alfajores, y esto incluye los “light” o los de arroz, son productos elevados en sodio, grasas saturadas y tienen una enorme densidad de calorías.

Está demostrado que incorporar una vitamina o un mineral a un producto no garantiza que sea eficazmente incorporado: nuestro sistema digestivo no reacciona igual ante la vitamina C concentrada en una naranja real, que ante esa vitamina incorporada en un líquido sumamente azucarado y lleno de aditivos.
En cuanto a las barritas de cereal, los protagonistas de toda su gráfica son los frutos secos, las frutas frescas y los cereales, que se asocian inmediatamente con el comer sano. Sin embargo, en la información nutricional, puede observarse que más del 60% de su composición son carbohidratos que se ingieren sin conciencia. Más allá de la las particularidades (hay barritas con fruta, sin fruta, con chocolate o con lácteos), tomando la lista de ingredientes de una barrita clásica y al azar, y sorteado el inconveniente de la letra microscópica, se puede ver que en su ingrediente principal es Jarabe de Glucosa; que en cuarto lugar tienen Azúcar, y en sexto, Jarabe de Maíz de Alta Fructosa (JMAF), un endulzante muy cuestionado y muy barato que se obtiene como subproducto del procesamiento del maíz transgénico. Es decir, tienen MUCHO azúcar. Y esto sin entrar en el detalle de los aditivos, porque las sucesivas modificaciones al Código Alimentario fueron brindando herramientas a los fabricantes para disimular la presencia de estabilizantes, emulsionantes y espesantes, que le dan distintas texturas a productos muy similares. Sin embargo, hasta antes de estas modificaciones al Código, los aditivos debían aparecer detallados, y los coleccionistas de envases y listas saben que en casi todas las barritas se usa el aditivo E-321, que es el nombre codificado del Butilhidroxitolueno, un antioxidante sintético, procedente de la industria petrolífera, que la industria alimenticia recicla para prevenir la oxidación de grasas. En estudios con animales de laboratorio se observó que provoca cáncer y está prohibido en Japón, Australia y algunos estados de EEUU.
¿Significa esto que hay que prohibir o evitar los “regalos dulces”? No parece lo más sensato: las prohibiciones suelen generar caprichos. El problema, una vez más, no radica en el premio sino en el resto de la dieta.
Entornos escolares
A no desanimar. Porque a diferencia de lo que ocurría seis o siete años atrás, cada vez hay más redes de alimentación sana y diversa. La masividad de los bolsones de verdura agroecológica es probablemente el dato más relevante en el consumo de alimentos de la última década. Pero esta verdadera revolución alimentaria no vino sola: las dietéticas (a las que con humor se suele llamar los parripollos de la segunda década del siglo XXI) también funcionan como consultorios alimenticios en cualquier barrio, con sus productos sueltos y su asesoramiento para cocinarlos en casa. Sumada a estos dos hechos, hay una tercera buena noticia que surgió en la pandemia y que va de la mano con las redes sociales: la oferta creciente de Viandas Saludables elaboradas con diversos niveles de artesanía y de profesionalismo.
Cuando a fines de agosto o principios de septiembre, entre en vigencia la Ley de Etiquetado Frontal, vamos a tener mucha y más clara información: no sólo se verán los sellos negros que advierten la presencia de grasa o azúcar en exceso. La norma indica que el producto que tenga sellos no va a poder incluir en su merchandising los mensajes “saludables” que promocionen los nutrientes agregados.
La Encuesta Nacional arriba mencionada afirma también que en el 91% de los kioscos de las escuelas se ofrecen alimentos o bebidas altos en azúcar, sodio y grasas, y en más de la mitad de los kioscos (58,6%) hay carteles o publicidades de gaseosas con alto contenido en azúcares. Y para peor, sólo el 5,6% de las escuelas encuestadas cuenta en los patios con bebederos de agua potable o dispensers de agua segura gratuita. Y acá, de nuevo, las políticas públicas tienen que ayudar a los padres en el manejo de información y ofrecer opciones: La Ley de Etiquetado dice que los productos con sellos no deben ingresar al ámbito escolar, ni a los kioscos ni entregarse como parte de la vianda institucional. Lo que está por verse es cómo se implementa eso en las jurisdicciones, –apunta Graciano–, se necesitan políticas públicas para controlar a las empresas que se contratan para abastecer los comedores, porque son empresas que tratan de maximizar ganancias, muchísimas veces a costa de la salud de les pibes. En este sentido, la legisladora porteña del Frente de Todos Ofelia Fernández presentó recientemente un proyecto para modificar el sistema de comedores escolares. Entre otros cambios, la iniciativa dispone un mecanismo de control por parte de la sociedad para la elaboración de los pliegos de licitaciones para esas empresas.
Si, a diferencia de las decenas de proyectos que lo intentaron antes, la propuesta tiene chance, la escuela puede convertirse en otro motor de la mejora alimentaria de las infancias, en lugar de otro foco de inquietud como se perfila hoy. •