Zonda, Sudestada y Polar, son los vientos que soplan en diferentes estaciones sobre los distintos viñedos, en variadas regiones y topografías mendocinas. Es el origen del nombre de la bodega mendocina del grupo chileno Concha y Toro: un homenaje al viento.
Aunque muchos lo ignoren, hace veinte años que esta bodega elabora vinos en esta parte del mundo. Tres vientos que soplan en la soleada, árida tierra mendocina dejan sus huellas en los vinos y en los viñedos. Cada vino me remite a un paisaje, a una historia y a sus hacedores con los que comparto tantas veces momentos únicos. Estuve en muchas ocasiones en la impresionante bodega de Maipú, probando vinos casi ignotos, deslumbrada por la tecnología donde se produce ese milagro.
La bodega cuenta con ocho fincas ubicadas en las mejores zonas productivas de Mendoza: Valle de Uco, oasis Luján-Maipú y oasis Este. Estas tierras ofrecen una vasta variedad de suelos y microclimas para alcanzar la mejor expresión de cada varietal. Trivento se convirtió en la marca argentina de vinos de mayor cobertura posicionándose en más de 100 mercados alrededor del mundo. Se destaca entre las cinco mayores exportadoras del país. Hace pocos años se están insertando y haciéndose conocer en el mercado interno, aunque los expertos de aquí y de allá los aprecian. Premios y altos puntajes para su emblemático Golden Reserve Malbec, siempre. El vino es el vino y sus circunstancias.
No sólo de suelo y clima, también de sus hacedores.
German Di Cesare, el enólogo principal, es un tipo curioso, un romántico levemente bohemio, nada más mendocino, con su guitarra a cuestas, tonadeando como fondo para las catas. Germán y su guitarra irrumpen en el momento justo, después del asado o de una comida invernal, como la última vez en un delicioso hotel de Chacras de Coria, junto al fuego.
Fue en esa visita que pude conocer, al día siguiente, bajo un brillante solazo de invierno, el rincón donde nace Eolo, el Malbec más cuidado y raro de la bodega. Eolo fue para los griegos el dios de los vientos. Y eligió para manifestarse este mínimo viñedo de cuatro hectáreas en Luján de Cuyo, plantado en 1912. Lo interesante es que la finca sigue en manos de la familia, aunque con el apoyo técnico de Trivento. Su guardiana es una enóloga joven y sensible, Victoria Prandina.
Victoria le transmite transmite sutileza, elegancia pero también sensualidad. Un vino en que la madera apenas se percibe, armónica. Como le gustaba a Colette en su bodega de la Provence. La mujeres poseemos –dicen hasta los machos trasnochados– una capacidad para detectar aromas y sabores. Y en este caso va mucho más allá. Encuentro en este vino lo que cuenta Juan José Saer, que sabía de palabras pero también de vinos: Imprevisibles y fugitivas esas chispas sensoriales que paradójicas, vuelven más extraño y secreto el gusto del vino… Me emocionó cuando lo probé, en ese aquí y ahora, está íntimamente ligado a esta historia mínima. Siguen las historias: Di Cesare, sin guitarra, aterrizó en Buenos Aires con vinos nuevos, Cabernet Franc y Pinot Noir más un Cabernet Sauvignon Reserva. Esos chisporroteos, esos atisbos de sabor que describe Saer, iluminaron el mediodía en Don Julio junto a los goces de la carne. Tuve gran expectativa con el Pinot Noir. Para mi gusto malbequea y está todo dicho. No encuentro, ni en el color, ni en los aromas, esa cosa terrosa, sutil, otoñal, algo decadente, que aprecio cada vez más en los Pinot Noir. El mejor vino es el que a uno más le gusta, insisto.