Están los verdes trigueños, que crecen delgados y salvajes. Los blancos, que no ven la luz del sol. Los violáceos, tan apreciados en Italia. Todos tienen pocas calorías y mucha agua. Potasio, fósforo, calcio, magnesio. Fibras y vitaminas A y C. Los egipcios y los griegos ya sabían de sus propiedades medicinales. Y de su increíble sabor.
Tienen buenos compañeros de plato: huevos, panceta, jamón, parmesano. Los espárragos dan sustento a tartas, pastas, arroces, ensaladas pero también se disfrutan solos, hervidos en agua con un chorrito de limón o bicarbonato, grillados o cocidos al vapor. No necesitan más que un toque de limón o vinagre y aceite de oliva; salsa holandesa o manteca y una pizca de sal marina. Difícil combinarlos con vinos. En todo caso, mejor los blancos. Un Chardonnay sin madera o un rosado con buena acidez.