Pese a las crisis y otras intoxicaciones, y aunque se desvanezcan las sobreactuaciones festivas, esta espuma de los días permanece, chispeante, para disfrutes cotidianos. Pase lo que pase.

Los vinos diablos, como los bautizara Dom Perignon, tienen cada vez más representantes en la patria. Elaborados bajo el método tradicional de segunda fermentación en botella o en alguna variante de Charmat, fermentación en tanques, cada vez más se consumen en Argentina a cualquier hora, en cualquier lugar. Desde el tradicional blend Chardonnay-Pinot Noir –hay quien añade Pinot Meunier como en la Champagne–, los blanc de blanc –sólo Chardonnay– o Blanc de Noir –sólo Pinot Noir– hasta los elaborados con otras variedades: Cabernet Franc, Chenin, Semillon, Pinot Grigio, Torrontés, Sauvignon Blanc, Bonarda y por supuesto Malbec, que hace sonrojar a algunos rosé.

Los encuentros burbujeantes siempre son placenteros. Cuando espero mi mesa en Don Julio comparto con una patota de visitantes extranjeros una copa de espumante buenísimo. El Norton Cosecha Especial Brut Nature, perfecto para dichas posibles y cotidianas. Hay muchas burbujas con identidad argentina. Se instalan en nuestra alma champañera de los 30 cuando exigíamos eche mozo, eche nomás y llene hasta el borde la copa de champán. Seguramente lo que mozo echaba hasta el borde de la copa era Veuve Clicquot o Pommery, chances de la época.

Este año, un Chandon Brut Nature Rosé ganó un premio mayor en un concurso en Londres, al mejor espumante del mundo. Fue uno de mis preferidos desde su aparición, hace casi treinta años. Ahora se lo elabora con conciencia, sabiduría, sensibilidad, altura y tiempo. Todo eso que sabe explicar el apasionado Hervé Birnie-Scott, director enológico de LVMC en Argentina.

Todos sirven para celebrar con esas burbujas mínimas que ascienden por la copa flute o el copón tipo Burdeos, un continente que depara más aromas y disfrutes a la hora de beber estas estrellas que ríen.

Otros espumosos (fea palabra) utilizan variedades históricas: Argento Brut Nature, que lleva en su fórmula Chenin, Semillón y Chardonnay; Amalaya Brut Nature, a base de Torrontés y toque de Riesling; el de Cooperativa Riojana, sólo de Torrontés, admirablemente elaborado. O el de Bonarda de Alto Las Hormigas, cuyo autor es el ilustrado Pedro Rosell. Y por supuesto los que siguen a imagen y semejanza  de la cultura Champenoise, como los de Rutini o Catena Zapata. Y el luminoso Cruzat Millésime 2008, un vino que demandó diez años de trabajo. Esta obra magna de Pedro Rosell, en una cata a ciegas puede competir con un vero champagne de allá. Fui testigo. O los Proenie de Vistalba y el Alma Negra Blanc de Blanc (de Ernesto Catena) para sumar contradicciones, con Chardonnay de Agrelo y Tupungato. Espumas de viento en los champañas de Trivento, de origen chileno con virtuosa relación calidad-precio. También de precio, amable, para que se convierta en el nuestro  cada día, el súper exitoso de Dante Robino. Hay otros, como el Bohème de Luigi Bosca, calcados sobre los mejores champagne, con Pinot Noir, Chardonnay, Pinot Meunier fermentado, como en Krug, en barricas. Y están el Blanc de Blancs de Zuccardi, de extrema sutileza y el nuevo Extra Brut Costa y Pampa, Chardonnay y Pinot Noir, con método tradicional y una pizca de salinidad en la boca. Hay muchísimos más. Allí están, esperan firmes, para divertirnos, relajarnos o excitarnos durante todo el año. El champán es una fiesta, siempre. ◉