
Conmovedora celebración de los 90 años de la bodega sanrafaelina de los Bianchi, a la que se suma una nueva casa en el Valle de Uco donde se elaboran –por el momento– un blanco y dos tintos.

íos de vino corrieron bajo el puente de la historia. Grandes vinos de San Rafael, como el Enzo Bianchi, Particular o el Famiglia, y también esos vinos para cotidianeidades, como el famoso San Valentín y aquel recordado Cinta de Plata.
Cada vino tiene su historia, una historia personal, la que se establece con un lugar, sus hacedores y las circunstancias que los envuelven. Bianchi fue la primera bodega que visité cuando comenzaba en este arduo quehacer de comunicadora de los goces de los vino y de los platos. Platos, gente y paisajes. Volví infinidad de veces a San Rafael. A visitar a esta familia tan querida. Con el cálido y vociferante Don Enzo a la cabeza, seguido por Tincho, un perspicaz enólogo. Recorría y probaba en la bodega y la champañera, ese lugar inmenso donde se suelen dar conciertos de orquestas sinfónicas y que visitan anualmente unos 100.000 turistas. Allí, desde hace unos años, se elaboran todos los vinos de la bodega. Qué suerte que se insista en llamar a este espacio la champañera, aunque sea mucho más que eso. Suena mejor que la espumosa o la espumentosa. Allí nacen esos buenos vinos diablos, siempre rigurosamente vigilados por una enóloga de Champagne. Siguen manteniendo su calidad, ahora lucen packaging con reminiscencias de la viuda Clicquot, en ese amarillo tan intenso como el sol sanrafaelino. Hace unos años, uno de esos champañas espumoso/espumante, recibió un premio importante. Buenísimo. Un raro Blanc de Noir a base de Cabernet Sauvignon, porque San Rafael es tierra de Cabernet Sauvignon y de Chardonnay, especialmente. Y tiene su DOC, como la de Luján de Cuyo. Nuevamente lo comprobamos cuando nos sirvieron ese María Carmen, tan parecido a un borgoña blanco, untuoso pero no en exceso, con la fruta a flor de piel y la complejidad –que solo podemos tener las minas– en honor a la mujer de Enzo (La Nené, en familia).
Otro recuerdo grabado en la memoria y en el corazón: la primera edición del Enzo Bianchi, presentado por Don Enzo y su hijo Tincho, ese gran enólogo. Me contaron en un salón del entonces Hotel Plaza, en Buenos Aires, que fueron a Bordeaux, recorrieron todo, visitaron châteaux en todas sus regiones. Probaron y disfrutaron con los sentidos alerta. Quise hacer lo mismo, me contó Enzo, un Grand Cru. Creo que fue en el año 95 o 96. No había vinos de ese estilo en la patria. Asistí a varias catas verticales de este vinazo, que muestra en cada caso los encantos de la madurez.
La finca –en el Valle de Uco, con unas 40 hectáreas de viñas propias– se encuentra sobre el antiguo lecho de un cauce hoy seco, con un suelo pobre, de carácter calcáreo y formación aluvional que exige a las plantas un esfuerzo adicional para establecerse y entrar en producción. La nueva bodega de Vista Flores, en Chacayes, donde fue pionera la francesa Lurton, tiene una estética especial, sin firuletes, y cuenta con una casa como merece la familia. La rodea un parque con árboles añosos. Hay también una reserva de agua, un oasis donde catamos (y bebimos) los blancos: un fresco Viognier del lugar, que se destaca por su briosa acidez y su carácter filoso, pese a que la variedad no se destaca por estas virtudes. Lo asocié con esos damascos secos y crocantes, con lejanos vahos a curry. Pero esto es mi propio macaneo glorioso, como me diría Brascó. Luego, guiados por Silvio Alberto, el director de enología, exultante y feliz, probamos los dos tintos que se incorporan a la marca.


Don Enzo Bianchi.
Bianchi renace con todo. De la mano de alguien joven pero de intensa experiencia: el chileno Rafael Calderon como CEO, y el enorme Silvio Alberto: no es una metáfora, hablo del tamaño real. Nadie de la familia trabaja personalmente en la bodega, que por primera vez tiene distribución propia. Los Bianchi siguen sigue siendo dueños de su destino, ahora en San Rafael, tierra de blancos y de Cabernet Sauvignon, y en el Valle de Uco, donde salen vinos que están asombrando al mundo. Cosas ricas acompañaron el almuerzo, producción de Raúl Bianchi, especialista en quesos y chacinados y sus hijos, a cargo de la cocina. Ossobucco con Polenta, nada más emblemático, como símbolo de esta cuarta generación de inmigrantes italianos y sus invitados. Otra fiesta inolvidable, junto a la cordillera.