
Por los barrios
Con más de 150 años de historia, este barrio, hogar de trabajadores, de tradición tanguera y literaria, hoy se resiste a ser Palermo y conserva rincones en los que su identidad está más viva que nunca. Acá, 4 lugares que vale la pena conocer.
Publicado por Paloma Cladera | Sep 18, 2023 | Recorridas |
stá en el centro geográfico de la Ciudad y es uno de los barrios que más influyeron en el desarrollo cultural de Buenos Aires. No fue casualidad: hay algo que se respiró y aún hoy se respira en sus calles y se percibe entre sus vecinos, una sensación de pertenencia que siempre está, a pesar del tiempo.
Villa Crespo surgió a fines del siglo XIX con el loteo de lo que anteriormente eran quintas de familias bien posicionadas en la zona contigua al Arroyo Maldonado, sobre el que se asentaron curtiembres y fábricas, convocando a inmigrantes y a obreros de otras zonas. Con el paso de los años, el barrio fue convirtiéndose en el caldo de cultivo ideal para un intercambio cultural fundamental para su historia y la de la Ciudad.
El viejo farol de la esquina, de luz mortecina, me dice que es cierto que el tango nació en Villa Crespo.
Salvador Lamas
En la primera mitad del siglo pasado, Villa Crespo terminó de forjar su identidad. Se transformó en el epicentro de la alta cultura porteña –por sus calles caminaron Troilo, Pugliese, Paquita Bernardo, Vacarezza, Marechal… Sus cafetines fueron sitios de debate, de letras y de tangos que lo representan.
Al mismo tiempo, empezó a recibir inmigrantes de la colectividad judía que rápidamente conformaron una comunidad y condimentaron la dinámica de la zona.
Cafés, pizzerías y restaurantes funcionaban en ese entonces como lugares de encuentro, ocupando un rol fundamental en el día a día de sus vecinos,. De aquella época, todavía resisten fieles a sí mismos pizzerías, algunos cafés, restaurantes y comercios gastronómicos. También surgieron algunos otros que, con menos rodaje, lograron interpretarla y son favoritos.
Aquí 4 elegidos, sólo por gusto:
Empanadas fritas y algo más
Bar Polo
n la esquina de Scalabrini Ortiz y Loyola se destacan las paredes rojas del Bar Polo. El cartel de la puerta promete las mejores empanadas fritas de la zona y adentro están Polo y sus dos hijos llevando al frente de uno de los boliches elegidos por vecinos y laburantes.
Arrancaron en 2004 en Scalabrini Ortiz y Velasco, pero por diferencias societarias vendieron el fondo de comercio y se mudaron al local actual en 2020. En esta esquina siempre suena música que contagia la buena onda y alegría de su gente, y entre clientes y camareros se percibe su calidez.
Polo es el dueño y el alma de la fiesta. Vino desde Santiago del Estero a Buenos Aires a sus 15 años en busca de nuevas oportunidades: empezó como bachero y, entre una cosa y otra, terminó enamorándose de la gastronomía. Tiene especial debilidad por sus clientes: lo podés encontrar en el salón charlando con ellos, ofreciéndoles algún chupito o bailando al ritmo de un chamamé o un tango. Con algunos, la relación es de años, muy cercana. “A los clientes los conoce como a la palma de su mano y sabe cómo entrarles. Siempre está atento a todo, lo buscan porque lo conocen hace mucho. Es una pieza fundamental”, cuenta Hugo, hijo menor de Polo, que trabaja con su papá desde el año 2009 ofreciendo cocina casera, de olla y a precios económicos. Su especialidad: las empanadas fritas –receta de Polo–, y platos como la ternerita con arroz, la tapa de asado al horno con papas, las albóndigas con puré y las pastas con estofado.
“La comida que preparamos es para el laburante que tiene esos 20 minutos para comer y quiere algo rico y a buen precio. Por ejemplo, tenemos una promo de sándwich de milanesa y empanada a $650 y vuela. La comida de cacerola también: el locro, por ejemplo, suele ser un plato caro, pero nosotros siempre lo tuvimos a un precio que sea accesible para nuestros clientes”, cuenta. •
Bar Polo. Av. Raúl Scalabrini Ortiz 702. De lunes a sábado, 06:30 a 17 hs.
Como flores recién cortadas
Pastas Bayo
os domingos al mediodía durante mi infancia, si mi mamá no amasaba fideos, mi papá era el encargado de ir a hacer la fila a la fábrica de pastas para comprar ravioles de ricota y nuez. Y era siempre en el mismo lugar: Velasco y Acevedo, donde hace más de 50 años funciona Pastas Bayo.
La propiedad tiene más de 100 años, y antes el local lo ocupaba la fábrica de tapas de empanadas La Salteña. Cuando se mudaron, un tal Ricardo compró la esquina y montó una fábrica de pastas. A él se le unió su hermana Mercedes 3 ó 4 años después, que aún hoy es dueña, y luego Juan, cuyo hijo Marcelo quedó a cargo –y se lo puede ver trabajando todos los días– luego del fallecimiento de su papá.
La fábrica de pastas, así como está, empezó en el año 1971, y la bautizaron con el nombre de la localidad de La Coruña de la cual eran oriundos sus dueños. De esa época son las máquinas naranja furioso de marcas como Cerrini, Farina Cerletti, Greca o D’Alessio que todavía utilizan para elaborar sus pastas. También siguen conservando los viejos mostradores y balanzas: “nuestra idea es mantener el local, hacerle arreglos, mejorarlo, pero sin cambiarlo mucho para cuidar y preservar su esencia”, cuenta Marcelo.
Lo cierto es que este local es un ícono del barrio y no hay villacrespense que no conozca su famoso slogan: “frescas como flores recién cortadas”. “La relación con la clientela es de mucha amistad, hay gente que la conocemos de muchos años y es un trato de amigos. No es que venís a comprar y te vas”, explica.
Si bien Marcelo –y la cartelería del local– sostienen que la especialidad de la casa son los panzotti, salen mucho los varenikes y los kreplaj, pastas típicas de la colectividad judía. Además también preparan ravioles, sorrentinos, cappelletis, tallarines, fideos rellenos, ñoquis y más, y los mediodías de la semana sirven pastas cocidas con salsa, listas para comer, para los trabajadores de la zona. •
Pastas Bayo. Juan Ramírez de Velasco 700. Martes a sábado de 9 a 13:30 y de 17 a 20hs y domingos de 9 a 13:30. IG: @pastasbayoba
Arroyo Maldonado, cuneta rea, aguafuerte brutal de mi barriada, hablar de Villa Crespo y no nombrarte es tirar las palabras a una zanja…
Así decía Celedonio Flores en el poema que le dedicó al barrio, a modo de protesta por la entubación del Arroyo Maldonado.
Favorita de muchos gastronómicos
Don Jorge
a favorita de muchos gastronómicos, Don Jorge es una de esas parrillitas de barrio sencillas pero confortables, comandada por una familia de 5 que en poco tiempo construyó un lazo muy fuerte con sus clientes y vecinos.
Todo empezó en 2005, cuando Juan José Burgos todavía tenía un restaurante junto a su hermano en Perú y Belgrano. Al surgir problemas con la sociedad y por la intensidad del Centro, decidió abrir su propio lugar en su Villa Crespo querido, a metros de su casa.
“Empezamos a ver locales por acá y surgió este que en ese momento era chiquito, solo la esquina. Tuvimos que hacer todo de cero”, cuenta Cristian, el hijo del medio y camarero de la parrilla.
La familia se conforma por ellos dos, Marta Menguez, esposa y madre respectivamente, a quien encontrás en la caja, Rodrigo, hijo mayor y camarero, –ellos cuatro trabajan juntos desde la apertura– y Nicolás, el más chico y quien se incorporó último al negocio familiar. “El 8 de noviembre de 2006 inauguramos y le pusimos Don Jorge en honor a mi abuelo materno. Ahí nos fuimos haciendo clientes de a poco, y después nos expandimos por Darwin y más tarde por Villarroel”, explica.
Sin embargo, al principio no fue fácil: en una zona residencial con mayoría de casas bajas y casi sin edificios, y con el paso a nivel cerrado, costó bastante hacerse un lugar entre los vecinos. Pero una vez que empezaron a llegar los primeros clientes, supieron construir una relación de mucha cercanía y cariño que los ayudó a crecer gracias a sus recomendaciones.
“Tenemos una relación fuerte con nuestros clientes, y algunos vienen desde que abrimos. Hay uno que si nosotros abrimos en noviembre, empezó a venir en diciembre. Y algunos son tan celosos que nos dicen “no te voy a recomendar porque después no voy a tener lugar”, dice Cristian y se ríe.
Pero este lazo tan fuerte no fue casual: a los Burgos-Menguez –sobre todo a los hermanos Rodrigo y Cristian, a cargo del salón– les gusta charlar con la gente, dar recomendaciones y hacer chistes, y son cálidos y amorosos tanto con los clientes de toda la vida como con los nuevos.
“Lo que sí o sí vale la pena probar son las papas fritas, la provoleta, la entraña y el ojo de bife. A mí me gustan, obvio, pero es lo que dice la gente”, confiesa Cristian, y doy fe. Todo lo que preparan es riquísimo: carne de primera y en el punto solicitado, muy bien cocinada. Además, manejan un nivel de precios muy adecuado en relación a la calidad. •
Don Jorge. Villarroel 1201. Lunes a sábado de 12 a 15 y de 20 a 23. IG: @parrilladonjorge1201
El lugar más clásico del barrio
Pizzería Nápoles
o debe haber lugar más clásico del barrio que la Pizzería Nápoles. Concurrido por niños, jóvenes y viejos, es un ícono de Villa Crespo que, a pesar de la mudanza del emblemático edificio en la esquina de Serrano y Av. Corrientes, sigue conservando su esencia y sirviendo la misma fugazzetta rellena que comía cuando era chica.
Pero su historia tiene muchos más años. De hecho, el edificio de la esquina ya era bar desde antes de que abra la pizzería a principios de 1900, y por eso es considerado histórico y patrimonio de la Ciudad.
Nápoles comienza como una cooperativa.
“Los negocios antes se hacían así, se juntaban 6 o 7 y se dividían: –bueno, vos hacés esto, yo hago aquello, tenés tanto y yo tanto–, y la pizzería también se armó así. Había un italiano (de ahí el nombre), un gallego, un argentino, un paisano… Por eso también es un lugar emblemático de la cole, ellos saben la historia”, cuenta Jorge Cabrera, uno de los dueños actuales, que entró a trabajar a sus 18, hace nada más y nada menos que 40 años.
A medida que iban muriendo los socios, otros iban comprando sus partes y así es como en 1965 finalmente quedan los definitivos hasta la mudanza de 2009: dos hermanos García (uno de ellos, Antonio, sigue siendo socio), Muradas y Blanco, cuatro gallegos con pasión por la restauración y a los que podías ver detrás de la barra incluso hasta bien entrados sus 80 años.
Otra vez, el vínculo con la clientela cumple un rol fundamental: cuando la pizzería dejó la emblemática esquina, el barrio se revolucionó. “El día que se cerró la esquina, durante casi toda una semana en el diario escribían añorando la pérdida de la pizzería, no lo podían entender. Cuando la gente se enteró de que estábamos buscando local para abrir de vuelta, estaban tan contentos que venían a preguntarnos si nos podían ayudar”, explica Jorge.
El nuevo local lo abrieron el 30 de abril del 2009 y fue una fiesta: clientes, vecinos y amigos pasaron por la pizzería a celebrar y compartir pizzas hasta las 4 de la mañana, y lo mismo al día siguiente.
Según Jorge, la clave para un negocio exitoso después de tantos años es nunca traicionarse a sí mismo. “Nuestros clientes nunca nos fallaron, y nosotros tampoco les fallamos a ellos. Usamos la misma mercadería de toda la vida y tratamos de darles siempre lo mejor. La harina, el queso, la salsa de tomate… porque el secreto está en la salsa, que te comas una porción y no te caiga mal, no la repitas, que no sea ácida”, confiesa, y sostiene la importancia de dejar a sus clientes contentos, aunque eso implique reemplazar una pizza o enmendar cualquier error para que coman bien y vuelvan. Así es como hay clientes de Nápoles que viven en el exterior y cuando vienen de visita se llevan porciones para el viaje.
Las pizzas de Nápoles pueden ser al molde y a la piedra y, según Jorge, las que más se piden son la de jamón y morrones y la fugazzetta rellena, un clásico. •
Pizzería Nápoles. Av. Corrientes 5588. Todos los días de 7 a 1 hs.
IG: @_napoles_pizzeria