Redescubierto el vino blanco, nadie piensa renunciar a sus particulares encantos, aunque afuera sea noche y llueva tanto. Nos ilumina en estas noches de encierro.

unio es el mejor momento para probar los blancos del año. A principios del invierno, cuando despliegan sus efluvios. Bebés salvajes. Después se convierten en otra cosa, quizás en algo mejor, pero diferente. Las bodegas los comienzan a comercializar más tarde, por razones de marketing. Si todavía no podemos probar los 2020, muy buena cosecha según los enólogos amigos, año raro que no nos permite merodear por las bodegas de la patria, se impone recurrir a ciertos varietales expresivos de la última cosecha 2019, también buena, por cierto. Esos blancos no se amilanan ni ante las picanteces peruanas ni los sabores del sudeste asiático que llegan a tu casa por Delivery: Torrontés, (Colomé, San Pedro de Yacochuya, El Esteco Old Vine, Amalaya) o algún Sauvignon Blanc sin paso por madera y sin ese empalago que a veces les otorga una sobreactuación de frutos tropicales. Me gustan El Portillo, por virtuosísima relación calidad precio, y el de Doña Paula, pionera en la elaboración del cepaje.

Los Chardonnay con crianza en madera por su estructura sirven no solo para acompañar platos de pescados salseados o grillados y quesos azules. Pueden ser cómplices perfectos cuando el cuerpo clama por un blanco aunque estemos junto a las brasas con los humos del asado.

A veces, aunque cada vez menos, algunos de estos varietales están invadidos por el roble y provocan un desagradable recuerdo de placard nuevo en el paladar. O resultan dulces por una sobre maduración de las uvas, plus el roble y ese insoportable recuerdo a yogur. Ay, esos vinos lechosos!

Los Chardonnay me gustan cuando superan a olvidados lugares comunes del cepaje, tratado cada vez mejor por los enólogos modernos como el Colo Sejanovich (amo todos sus vinos). Otros: El Chardonnay-Chardonnay, de la colección DV Catena, tiene sutileza y elegancia y la suficiente estructura para bancarse no solo su paso por roble sino casi todo bicho del mar y de la tierra.

Definitivamente, un blanco con un leve paso por roble, o aunque no haya sido tan fugaz, con la madera bien integrada en el ser del vino puede acompañar muchos platos. Me encantó el  flamante Grand Chardonnay de Terrazas de los Andes,  nítido y sutil. Un blanco para comer. Opulento y compacto, lo imagino junto a mollejas crocantes, a chinchulines de chivito, en Don Julio por supuesto, en su soleado deck, uno de mis lugares en el mundo. Ese vino probado recientemente en una cata virtual junto a sus compañeros Grand Malbec y Cabernet Sauvignon, despertaron todos los deseos y las nostalgias de esacarne.

Como exotismo me gustó el Chardonnay de Otronia, de extrema acidez, perfumado y potente. Caro. Lo probé a fines del año pasado junto a Alberto Antonini. Es mi preferido en esta serie chubutense de la bodega Otronia.

Y el Semillón, para beber junto a los lied de Las Canciones de Invierno de Schubert. Una variedad tan ninguneada durante años, rescatada por Guillermo Barzi en los 90, también es uva para tener en cuenta por su estructura abstracta y por ese algo de misteriosa austeridad. El Chenin de Roberto de la Mota –otra variedad antaño destinada a vinos comunes o a espumantes maso–  recuperada en la modernidad, es un imperdible a la hora de los quesos de cabra. Y el Albariño de Las Perdices, una compañía perfecta para empanadas gallegas y guisos de lentejas potentes.

Escasos Riesling en el mercado argentino: probar el de Luigi Bosca, pionero en la variedad. Como el mudo, cada año canta mejor. Humberto Canale y Doña Paula son los otros dos Riesling para probar a la hora del chucrut garni, como hice hace un par de años en la Brasserie Lipp, cuando el mundo era otra cosa. Todos poseen aromas profundos, cítricos, con esa calidad mineral en su sabor, casi el único vino en que puedo sentir la tan mentada mineralidad en la boca. Como petroleoso.

Todos estos blancos, dorados y brillantes pueden iluminar las nieblas y el spleen invernales, sumados a los desajustes existenciales por el encierro planetario.

Otro alsaciano de origen: el Gewürztraminer, elaborado desde hace años por Mariano Di Paola para La Rural, un varietal complejo, con fugaz paso por roble, también perfecto para platos de cerdo y gastronomía del sudeste asiático. Probé alguna vez en Chapadmalal, el Gewurz de la mano de Costa y Pampa. Hay pocos y me prometieron un ejemplar de esta variedad del Valle del Pedernal, Fuego Blanco. Aun no lo probé pero ya lo recomiendo porque me gustan muchísimo los vinos de ese vertiginoso terruño sanjuanino.

Siempre, en cualquier época del año y en cualquier circunstancia, elijo empezar con una copa de vino blanco. Despierta todas las ganas de todo.

Elisabeth Checa