
OLVIDADO
Merlot
¿Qué me fascinaba y me sigue fascinando del Merlot? Su suavidad, su elegancia, su placentera redondez. Su misterioso coté noissette, según Rolland. La sutileza que asoma en las piezas de Satie. Sabores y sonidos, según recientes investigaciones, están conectados.
Publicado por Elisabeth Checa* | Oct 18, 2022 | Vinos |
iene su origen en Burdeos (Francia) y se caracteriza por su gatuna morbidez, su textura aterciopelada. En blends, atenúa la juventud más dura del Cabernet Sauvignon.
El Merlot devino en un tiempo moda furibunda en Francia, donde se ignoraban e ignoran las variedades, tan fashion que se inventó una palabra en los 90 para salir de copas (de vino): Vamos a “merlotear”. Ahora es variedad mucho menos frecuentada en el mundo, copado con el Pinot Noir de cualquier parte, el Cabernet Franc cada vez más pop, y el Malbec argentino.
Siempre se la consideró inferior a la Cabernet Sauvignon, metaforizada como la variedad reina de los cepajes tintos. No es así, especialmente si se piensa en los vinos de Saint Emilion y el Pomerol, de donde proviene el gran Petrus (95% Merlot) emblemático por su calidad y su precio exorbitante. Nace en un pequeño Château con 11,5 hectáreas de viñedos, muy antiguos donde se da el mejor Merlot del mundo. Si estos vinos son excepcionales y diferentes, si se piensa en el resto de los vinos de Bordeaux, se debe, por supuesto al microclima, al suelo arcilloso y a la pasión de sus propietarios, la familia Moueix. Tienen untuosidad y concentración y en algunas añadas una frescura vibrante que se mantiene a través del tiempo y dejan un recuerdo largo y profundo.
Recuerdo haber descubierto esta variedad en los lejanos 80, de la mano del sabio Don Raúl de la Mota, cuando me hizo probar el Merlot que hacía en Weinert. Fui merlotera desde el vamos, ávida de conocer otros Merlot argentinos, de otros estilos, pero, ay, había muy pocos. Y hay cada vez menos.
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En esta parte del mundo, forma parte de la sagrada trinidad de los clásicos y no tan clásicos blends argentinos, junto al Cabernet Sauvignon y al Malbec. Rolland y Ángel Mendoza construyeron hace más de una década para Trapiche, Iscay, corte de Malbec-Merlot en partes iguales. Sigue siendo uno de los mejores vinos de la bodega.
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Vuelvo a mi romance con el Merlot: una vez descubierto percibí que se da con resultados notables en estilos, bien diferentes. Ahora sé que los más potentes, de color más intenso, con aromas y sabores marcados y expresivos provienen de las alturas mendocinas –Valle de Uco– y de las zonas frías patagónicas. Es decir que la amplitud térmica –días cálidos y noches frías– es su aliada imbatible.
De Río Negro y de Neuquén llegan notables Merlot patagónicos
Guillermo Barzi Canale, propietario de Bodegas Humberto Canale, histórico establecimiento del Alto Valle me lo dijo infinidad de veces: en este oasis se dan los mejores Merlot de Argentina. Tienen esa calidad sedosa en su textura que debe poseer cualquier Merlot, aromas a frutas secas (higos, almendras) y un recuerdo infinito. Y el de Otronia, la bodega más austral del mundo, tiene también estas sutilezas que depara el frío, lo probé en un reciente viaje a sus viñedos.
En otros terruños mendocinos, como Agrelo, posee otras características igualmente seductoras: puede dar vinos más amables, quizás con menos capacidad de guarda, pero que se beben gozosamente durante su juventud, mientras aun sonríen. Un ejemplo es el Angélica Zapata Alta 2017.
Hay que animarse al Merlot, una variedad devaluada en el Nuevo Mundo por nefasta influencia de esa pavada del film Entre Copas para elaborar un vino top, cuidado, escaso y caro. Sigue siendo una hazaña para muchos. Pero enólogos vanguardistas como Matías Riccitelli, retornan al Merlot. También, en mi última visita a Salentein, probé un Merlot firmado por Pepe Galante que me voló la cabeza, tanto como, entre los mendocinos, el Rutini Merlot del gran Mariano Di Paola. Estos dos últimos poseen un estilo europeo, sin sobreactuaciones New World.
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Con muy contadas excepciones, esta uva no se destaca por su capacidad de guarda. Pero si se le añade otra variedad, por ejemplo, una pizca de Cabernet Franc, como en Saint Emilion, o Cabernet Sauvignon, corte clásico bordalés, se siente acompañado, y puede durar mucho más tiempo.
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Como no somos coleccionistas melancólicos, ni queremos vender el alma por un vino al que debemos esperar sentados (o parados), pienso que la mayoría de los Merlot van muy bien para goces inmediatos con platos acordes. ¿Cuáles son? me gustan con risotti con hongos y un toque del mismo vino, con carnes poco grasas vuelta y vuelta, por ejemplo, los históricos saltimbocca a la romana, bifecitos con salvia y jamón crudo. Algunos platos olvidados como hígado a la veneciana, con cebollas y salvia o una polenta con ragoût de carne.
Con pollos crocantes al horno o a la cacerola, o el clásico pollo marroquí con azafrán y aceitunas. El conejo guisado, en cualquier forma es buena compañía para todo tipo de Merlot. Y las frágiles codornices también. En cuanto a los quesos, pese a que muchos sostienen que los de pasta blanda solo van bien con blancos, me encanta la complicidad que establece un Merlot no demasiado opulento con un Brie o un
Camembert.
Me cuentan que hay una vuelta del Merlot en los wine bars del mundo. Las modas pasan y vuelven, No importa. Los conocedores sensibles, sin embargo reconocen las virtudes de la variedad y se mantienen fieles a su elegancia, su sutileza.
Por mi parte, sigo merloteando, mientras escucho las Gnosiennes de Erik Satie. En la copa, un Merlot que adoro desde que lo conocí, aunque no pertenece a las regiones nombradas: Bianchi Particular 2017, hazaña de Silvio Alberto en San Rafael. •
* Esta fue –cómo cuesta decirlo– la última nota que Elisabeth Checa escribió para SPG. El adiós nos dejó sin la periodista de vinos que en los 80 se animó a plantar bandera en un terreno áspero para una mujer. La que hizo escuela en este oficio cuando no había pizarrón y en el aula cabían solo hombres. La del Merlot y el Torrontés, el Malbec y el Pinot.
Checa de rulos rojos, querida como siempre, homenajeada como nunca, me enseñaste todo lo que sé en este trabajo. Compartimos 36 años de viajes delirantes, llamadas diarias, consultas locas. Burlas en francés, secretos en castellano, risas en cualquier idioma.
Te agradezco los tangos, los tintos y los blancos, Saer y McEwan, Satie y Piazzolla. Celebro tus despistes, la falta de cordura, las lecciones sin dedo levantado, el libro que escribimos juntas, las ganas de estar en este mundo y pasártela bomba. Voy a extrañar tu irreverencia, tus frases y tu compañía, tu aguante y tu humor. Checa de Palermo y de París, de Argelia y de Madrid. Checa chica y enorme, sin límite ni edad. No habrá ninguna igual.
María De Michelis