

ATARAZANAS

Laberintos que desbordan de puestitos. Puntos de encuentro donde comer y contarse las vidas. Los mercados guardan la memoria de los pueblos, su manera de ser, el corazón de su cultura. Y en cualquier lugar del mundo me atrapan.
Voy temprano a este mercado. Me encanta caminar despacito y detenerme en cada puesto para ver los productos exhibidos como en una joyería parisina. Olisqueo el perfume de frutas y especias. Me relamo con el olor a mar de pescados y mariscos. El rojo estridente de las gambas y de los carabineros. El brillo de plata de las anchoas.












Algunos de estos productos y su esencia morisca se lucen en los platos de talentos como José Carlos García, y su restaurante 1 estrella Michelin, a metros del Puerto. José Carlos prepara clásicos remozados. Ajoblanco. Salmorejo, esa suerte de gazpacho más rústico. Rico, pero el glamour me empalaga y a las estrellas prefiero verlas de noche en la playa y sus chiringuitos, donde se entiende el modo malagueño de disfrutar de la vida –nunca sin comida–. A esos chiringuitos les llega la materia prima directo del mercado: las antípodas de un súper. El punto exacto donde conocer el sabor local.