

De los botecos a los restaurantes de mantel blanco, de los clásicos a los de moda, un recorrido de cuatro días por la cidade maravilhosa disfrutando el sabor local.
Publicado por María De Michelis | Sep 6, 2022 | Viajes |
s invierno, pero el sol calienta la Avenida Atlántica y pega en la fachada art déco del Belmond Copacabana Palace, una construcción blanca como un pastel de crema levantada en 1923. Si uno abre las ventanas del hotel en alguna de las habitaciones lujosas que dan a la playa, se topa con el mar y una arena nunca desierta, siempre hay vendedores de coco fresco, jugos y reposeras con gente de todas las edades. En los chiringuitos, como Delamare, giran los pasteis de camarão, los calamares fritos, la cerveza y las caipirinhas, cóctel nacional de Brasil y perdición de los que creen en la inocencia de la cachaça. A unos metros, cuatro músicos muestran su rutina y más allá un padre panzón juega a la pelota con sus hijos.
Mirada con ojos extranjeros, Río parece una ciudad en estado de vacación en continuado. Hay chapuzones y piel al aire, aunque el verano todavía no llegue a esta ciudad de veredas dibujadas con ondas grises y blancas. De opulencia chic y remeras fluo. De vegetación explosiva y favelas. La cidade maravilhosa, como quiere la canción, también es chillona y desigual. Río le pone color a la oscuridad y se mueve a paso de trío eléctrico.
De cara a la Bahía de Guanabara, con una vista al Pan de Azúcar y el Corcovado, el Bar Urca «1939» es favorito a la hora del atardecer. Nunca sin su famoso pastel de camarón y su cerveza helada.
Comerse la calle
La temperatura roza los 21 grados y permite andar kilómetros para visitar el Pan de Azúcar, la estatua del Cristo Redentor –una de las siete maravillas del mundo moderno–, la playa de Ipanema, el Estadio Maracaná, el parque nacional de Tijuca, la Quinta da Boa Vista, la isla de Paquetá. Para diciembre quedarán las Fiestas de Fin de Año en Copacabana; y para febrero, el Carnaval más grande del mundo.
En el manual del buen turista figuran los barrios paquetes, como Leblon, los ineludibles, como Ipanema, los encantadores, como Urca o Santa Teresa, con sus subidas que piden zapatillas cómodas. En ese distrito de artesanatos, cafés, casas antiguas de fachadas pintadas de colores y bohemia, parada obligada es el Bar do Mineiro, pegadito a una iglesia. Tanto, que la cercanía extrema podría leerse como una metáfora del carácter sagrado de este bar de paredes tapizadas de carteles y fotos de artistas.
Si de tomar «y comprar» buen café se trata, el lugar es Café ao leu, un bolichito encantador en Copacabana donde sentarse a disfrutar de un expreso o un macchiatto y picotear algo dulce atendido por expertos baristas.
Un templo del sabor y color local que sigue el modelo de los antiguos botiquims a los que le canta Chico Buarque. La terracita salpicada de orquídeas es el lugar más codiciado donde los días de semana se pueden picotear frituras, cervezas, caipirinhas; y los sábados y domingos probar la feijoada, esa gordura deliciosa que preparan con porotos negros y chancho.
Y si este lugar garantiza un ambiente popular, el Boteco Rainha, del chef Pedro Artagão, se amiga con la atmósfera glamorosa de Leblon sin perder la esencia de bar. De noche, el barrio congrega multitudes en busca de cocina informal: conseguir mesa en plena temporada, es toda una hazaña. Su fama se explica no solo por la calidad de sus frituras –pecado perderse las sardinas de una frescura notable– sino también por platos de cuchillo y tenedor, como la cavaquinha –variedad de langosta– con ajo, oliva y hierbas. Porciones generosas, para compartir. No esperen mantel blanco ni protocolo. Los botecos son la expresión más pura del disfrute carioca. El que no visitó un boteco no conoce Río. •
Datos útiles
- Hotel Belmond Copacabana Palace. Av. Atlántica, 1702. Hotel 5 estrellas a metros de la playa, con habitaciones de lujo, con muebles antiguos ingleses y obras de arte originales baño de mármol y vistas al mar. Cuenta con un spa y 3 restaurantes gastronómicos: Cipriani, cocina italiana (1 estrella Michelin). Pérgula, donde se sirve el desayuno y también especialidades brasileñas y platos de marisco fresco. El restaurante MEE, de gastronomía asiática, propone el menú creado por el chef Kazuo Harada. En cualquier caso, el piano bar es una opción perfecta como preámbulo de la cena. www.belmond.com/copacabanapalace/
- Boteco Rainha. Rua Dias Ferreira, 247, loja B. Leblon. @boteco_rainha
- Bar do Mineiro. Rua Paschoal Carlos Magno 99. bardomineiro.net
- Bar Urca. Patrimonio cultural carioca. Rua Candido Gaffre 205. Urca. IG: @barurca
- De Lamare. Av. Vieira Souto, s/n. Playa de Ipanema. IG: @delamarerio
- Restaurante Lilia. Calle del Senado 45, Lapa. @lilia.restaurante
- Território Aprazível. Rua Aprazível 62 – Santa Teresa. aprazivel.com.br IG: @aprazivel
- Cafe ao Leu. Almirante Gonçalves 50, Copacabana. El mejor café de Brasil según la revista Veja. IG: @cafeaoleu
Tres restaurantes cariocas
Restaurante Lilia
Una sorpresa en el corazón de la ciudad
Lilia es un restaurante de gran gastronomía y formato a escala humana, montado en una casona del siglo XIX, con paredes de ladrillos a la vista, techos altos y ventanales. El menú que pensó el chef Lucio Vieira se basa en una fórmula simple, comida casera contemporánea elaborada con buenos ingredientes de temporada que le proveen pequeños productores. La carta contempla alternativas veganas y cambia todos los días: aquí se come solo lo que ofrece el mercado. Hay entradas originales, como el pescado con ricota de semilla de girasol, pesto y farofa; y principales como la crema de batata baroa, palmito pupunha, hongos asados, huevo mollet, vinagreta de café y endivia, un platazo perfecto para los que reniegan de los productos derivados de animales. Hay color, levedad, sazón y alegría en estas mesas. Vieira practica una cocina de producto –local– con toques de refinamiento y cero pretensión. De postre, parfait de queso, goiabada, goiaba caramelizada, crocante de remolacha. Para beber; limonada, cervezas artesanales, vinos naturales brasileros. Muchos aciertos y ninguna decepción.
Aprazivel
A pura naturaleza
Moqueca, casquinha de caranguejo, palmito pupunha asado, caldo de tucupí con jambu, galinhada caipira, porco das Gerais. Y la lista sigue. La carta de Aprazivel es un mapa que dibuja los sabores de cada región de Brasil. Un resumen gastronómico con el acento puesto en el producto: gran parte de lo que sale de la cocina comandada por Ana Castillo es orgánico. ¿Propuesta ambiciosa? Tanto como su ubicación. Las mesas se reparten en los distintos niveles de esta casona montada en la parte más alta de Santa Teresa, metidas entre la vegetación, casi como si estuvieran en una “casita del árbol.” Se accede por un elevador panorámico y una vez arriba se ve el centro de Río y la Bahía de Guanabara. No es precisamente barato, la vista cotiza. Además de los tragos –sugiero el beijo de jambu, hecho con cachaça artesanal, ananá y limón siciliano–, hay vinos de Brasil. La enoteca reúne etiquetas de vinos de baja intervención, como la moda quiere. Hay cervezas, gins, mate helado.
Cipriani
1 Estrella Michelin en el Belmond Copacabana Palace
Su nombre puede confundir: no se trata de la marca mundial sino uno de los restaurantes más elegantes e históricos de Río, abierto desde hace casi 30 años. Su comedor alfombrado de rojo da a la impresionante piscina del hotel, pero el rincón vip es la mesa del chef desde donde se ve la escena candente de la cocina, reino de Nello Cassese. En cualquiera de estas ubicaciones se sirven dos menús degustación distintos, cada uno recorre diferentes regiones de Italia. El Signature arranca con carpaccio de ternera y seduce con su infalible alcaucil con huevo orgánico, parmesano –de 36 meses de maduración– y trufa, uno de esos platos para el recuerdo, y propone una selección de bacalao o ternera wagyu como plato principal. En cambio el Innovación-Tradición, más largo, tienta con su risotto a la hierbabuena, o con cordero y lentejas. El final dulce puede ser tiramisú, habano de chocolate, strudel. Pero si hay un postre que nadie se va sin probar de Cipriani es el helado de vainilla natural. Lo traen en un copón gigante, parece una montaña nevada y en la boca es sedoso como pañuelo de Hermès.