En Argentina y antes de la invasión varietalista tenía otra identidad: era ese blanco oscuro y pesado, algo dulzón, ensalzado por tangos reos, servido en las pizzerías de barrio, en los estaños de los bares porteños o en el pingüino de las cantinas.

A los habitantes de los palacetes art nouveau porteños ni se les ocurría pedir un Semillón. Sin embargo sí tomaban Château d’Yquem con su foie gras. Nunca supieron que era la misma variedad responsable de los grandes vinos dulces de Sauternes y de los blancos secos de Graves, junto a la Sauvignon Blanc.

A esta variedad no se la plantaba en el terroir correcto y se lo vinificaba a la que te criaste. Todo mal, además no se usaban los sistemas de frío: tenía, irremediablemente, ese deja-vu oxidado. Fue una audacia de Guillermo Barzi, de Bodega Humberto Canale rescatar la variedad para instalarla entre los vinos blancos finos, al sacar su primer Semillón del Alto Valle de Río Negro, hace más de 25 años.

Cuando el redescubrimiento de Canale cumplió diez años, pude probar el primero, no sólo mantenía sus atributos y había envejecido con dignidad. Se había convertido en un blanco complejo y raro. Una de las cualidades del cepaje es su capacidad de guarda, especialmente si se lo fermenta en roble. Bodegas Lagarde aún comercializa un Semillón encontrado en unas barricas, cosecha 1942. Una curiosidad cara y oxidada que se asemeja al Jerez.

El Semillón, hasta la irrupción de Barzi, era considerado, de segunda, se lo encontraba en tierras mendocinas mezclado con el Malbec, también en regiones demasiado cálidas, como San Juan. Según viejos viñateros, era una práctica común mezclar Malbec y Semillón. Eran uvas históricas de toda la vida, simplemente estaban allí, como el sol, o el aire. Quizás por eso, Ricardo Santos presentó, a fines del 2014, un rosé de nombre tentador. Trampà, Malbec con un toque de Semillón. Frescura sensual para clandestinidades, un vino en el que la fruta femenina del Malbec entra en éxtasis con la austeridad varonil del Semillón.

La lejana hazaña de Guillermo Barzi, sumada a la cada vez más creciente demanda de diversidad, y a la revalorización de los blancos, inspiró a las bodegas mendocinas. Entre los mejores ejemplos probados últimamente: Tomero Reserva Semillón, de Carlos Pulenta; Mendel; Ricardo Santos; Lagarde y una nueva versión Single Vineyard del pionero Barzi. El más audaz: Hulk de Matías Michelini. Furiosamente fresco, filoso, mineral.
A los del estaño no les hubiera gustado. A los del Sauternes quizás tampoco.

Otro up grade para este vino que le gustaba tanto a los mamertos de las esquinas rosadas: el año pasado, la bodega Nieto Senetiner lo ubicó en la DOC Luján de Cuyo. Lo merece, es un vino que cuenta una historia del lugar y de los hombres.

En todo caso, los aromas de la variedad en estos ejemplares contemporáneos no se destacan por la exuberancia, son más abstractos que impresionistas, aunque siempre se pueden encontrar algunos toques cítricos y, según el terruño, dejos minerales que se perciben en la textura y en la boca. Me gustan con los sabores incendiarios de Sudestada, y con los cebiches y otras peruanidades de La Mar. ◉