

La ciudad costera invita a disfrutar de sus mil caras. A recorrer sus calles, sus mercados, sus clubes. Y a comer en sus restaurantes. Un programón en cualquier época del año.
Publicado por Inés Tenewicki | Jun 24, 2021 | Recorridas |
nvierno en Tigre. La bienvenida huele a río que se enmaraña en un laberinto marrón. Una aglomeración de lanchas emprende viaje delta adentro, o regresa. Llueven hojas secas y bandadas de loros. Humaredas por todas partes sacuden el olfato con nostalgias de leña quemada, chimeneas que arden o parrillas en ebullición.
A media hora de la Capital, tan para estos días en que se puede volver a pasear, llegar al casco histórico de Tigre continental es una ceremonia que despeja la cabeza, pone bien. Algo de adrenalina se activa cuando banderas y palmeras nos acompañan a lo largo de la Avenida de las Naciones Unidas, bordeando la costa del Luján, como si anticiparan que algo bueno vendrá.
Y así es. Porque además de puerto fluvial y entrada al 5to delta más grande del mundo –el del Paraná– Tigre ciudad se ofrece como un programa urbano completo que empuja a la exploración. Para conocer de cerca esa síntesis tan particular entre naturaleza y cultura hay que recorrer –y si es a pie mejor– los distintos barrios comprendidos entre los ríos Tigre, Luján y Reconquista.
A pesar de algunas limitaciones que impone la pandemia, Tigre se deja disfrutar hasta que el sol se rinde. La mezcolanza de diseño, arte, mercados, viveros y gastronomía, se complementa con el paisaje humano, también variopinto: allí conviven vecinos de barrio con isleños de toda la vida, comerciantes con turistas, artesanos con nuevos residentes y hippies con señores de oficina.

No le faltan a esta ciudad costera callecitas empedradas, anticuarios, corralones con chucherías, talleres de artistas y nada menos que 15 clubes de remo a lo largo de los ríos Tigre y Luján, muchos de estos fundados por inmigrantes europeos a fines del siglo XIX y principios del XX.
Historia por todas partes
La crème porteña hizo pie en Tigre con sus clubes y casa quintas desde las primeras décadas de 1800, pero sobre todo a partir de la llegada del tren desde Retiro en 1865. Por eso la ciudad atesora entre otras bellezas más de 90 casonas muy antiguas, desde las coloniales hasta las “villas” italianas o las de estilo anglo-francés. El palacio más emblemático hoy es el Museo de Arte, pieza de la belle époque argentina que ocupa el edificio del altri tempi glamoroso Tigre Club.
Estas joyas arquitectónicas no sólo pueden contemplarse desde afuera: algunas se disfrutan a la hora de comer. Las instalaciones del Club Cannotieri Italiani con su restaurante Vivanco, el salón comedor del Tigre Boat Club o la casona de 1890 que alberga a María Luján Ristorante, son ejemplos de grandes escenarios para palpitar las vueltas de rosca de la historia.
Otro circuito revisitado es el Puerto de Frutos, una multiferia abierta que existe desde 1933, cuando su función principal era el comercio de la producción frutihortícola de las islas. Cítricos y verduras dejan hoy lugar a mueblerías, madereras, artesanías, mimbres, sahumerios, velas, cestería, chirimbolos. Y a puestos de productos regionales, como mieles, escabeches, conservas o chacinados y quesos. Se ven todavía las lanchas almacén –proveedurías flotantes que recorren las islas para llevar alimentos a sus habitantes– y los catamaranes que pasean turistas por los recodos de los ríos.
Y están las otras atracciones clásicas: el Paseo Victorica con sus mesitas frente al río, el Parque y el Tren de la Costa, el Boulevard Saenz Peña, polo de arte y gastronomía, y el antiguo puerto con su servicio de lanchas interisleñas que recorre el delta con protocolos pero sin restricciones.
Cartografía gastronómica
En Tigre, el mapa de la comida señala tantas paradas como perfiles de comensales: mayoritarias parrillas, sí, pero restaurantes clásicos, bodegones, de autor, sólo pescados, étnicos, mediterráneos, también. Para completar el tour con una yapa de lujo, un paseo a Villa La Ñata, a veinte minutos de la ciudad, para almorzar en Danilo, catalogado por muchos como el mejor del delta.
Almacén de Tigre
Se puede empezar por un brunch allí en el corazón del Boulevard Saenz Peña –uno de los circuitos tigrenses para los amantes del arte, el diseño y el buen comer– donde Tati y Luchi atienden Almacén de Tigre, el café-restó que alegra “el boule” desde 2016. Amiga de todo el mundo, Tati es la encargada de los comensales y está en cada detalle, desde su experiencia de vida de café en Sydney, Australia. Y Luchi es peruana y excelente cocinera. Ellas lo definen como un lugar de “comida de café”, con una buena mezcla de platos caseros con vuelta de tuerca. En un pasaje tranquilo, al solcito y rodeado de arte y obras de artistas locales a la venta –además de perrito friendly- es una linda opción para un café o un almuerzo ligero y sabroso. En este reducto lleno de detalles y cosas ricas, lo que más sale son las bruschetas de jamón crudo, las ensaladas de vegetales y queso brie, tostones de guacamole con verdes, crepes de verdura o calabaza, o tartas de puerro. Y de postre, un chesecake de limón o naranja y chocolate. A su lado, mercaditos de pulgas, ferias de garaje, galpones de diseño y otras propuestas cool completan el paseo.
Sáenz Peña 1336 – IG: @almacendetigre
La Miguela
La ciudad exhibe en una esquina icónica, al lado del club Hacoaj, un restaurante muy tradicional, atendido por una familia que trabaja casi exclusivamente con pescados y mariscos.
Aquí hay algunos platos de sabores bien clásicos como la milanesa de lenguado, brótola o surubí, todos enormes. O los pescados de mar y río a la parrilla. O la fritada de mar. Pero además la carta sorprende con propuestas un poco más exóticas, como ranas a la provenzal, albóndigas de dorado o pulpo en tres versiones. Langostinos rebozados, rabas, y cazuela de mariscos son los infaltables en los almuerzos y cenas, todos sabrosísimos y para compartir. Por ejemplo, albóndigas de dorado como entrada, o una milanesa de surubí para dos. No es barato, pero tampoco inaccesible y vale la pena.
Luis García 1300 – IG: @restaurantelamiguela
La cocina de Daksha
Daksha es vegetariana y cocinera desde hace más de 25 años, y hace 9 que se instaló en Tigre. Su lugar es un recreo de color y de productos sanos y ricos, cuyas recetas al estilo hindú aprendió con la alta vara que le pusieron sus maestros de yoga y que enriqueció en sus viajes a la India. Ella hace todo a mano, y todo es bien casero. Siempre dice que sólo cocina lo que comería, o lo que le daría de comer a los suyos, así que “cocino no sólo todo aquello que sea vegetariano, sino que además lo hago con el esmero y el respeto que bien merecemos todos”. Su caballito de batalla es “vegetarianismo para todos”, con lo cual propone platos originales y adaptables a cualquier paladar. El especiado, aunque intenso y muy presente como lo es en la cocina hindú, y los picores, parecieran amoldados al gusto local. El lugar es descontracturado y bello. No abren de noche pero durante el día atienden en el jardín, en un entorno tranquilo, explotado de flores y mandalas. Se prepara todo a la vista con ingredientes naturales y de estación.
Hay que probar el thali (plato combinado con distintas preparaciones servidas en potes para compartir) y los vegetales al curry. Y la sopa dahl, de lentejas. Los hits son las samosas (empanadas) y las croquetas con vegetales asados y para beber la limonada de menta y jengibre. A los postres, bombones de dátiles con chai. Para llevar, o para quedarse a tomar el té, recomendamos el budín integral de cítricos y pasas, o el de manzana y canela. La humedad, dulzura, y especiado justos.
Liniers 1756 – IG: @dakshacocina
Tibuk Bistró
Tal como se define, “de cuna gastronómica”, el multipremiado chef Julián Tiberio desembarcó en el Boulevard Sáenz Peña de Tigre con su Tibuk hace 4 años, y le dio a esta ciudad un lugar que estaba faltando. Su propuesta abarca desde un tiradito de salmón hasta unos langostinos crocantes o un strudel de remolacha y queso de cabra que no hay que dejar de probar. La mayoría de sus platos principales se cuece en un horno de barro. De allí salen la bondiola con cabutia y chutney, el pechito ahumado, la ternera braseada, la provoleta ahumada. También hay unos risottos de excelencia igual que sus postres –probar por favor la húmeda de chololate con crema de canela y frutas de estación–.
La nueva carta del invierno suma un ojo de bife con papas rotas al horno, un roulet de bife de chorizo con vegetales y para las entradas, wantan en sopa de miso y nira, y unas mollejas crocantes con papa confitada y vinagreta de estación. “Los buenos momentos, las charlas y los buenos vinos pasan por acá” invita Julián. Y tiene razón: el lugar es especial tanto adentro como en el deck de su patio delantero o en su jardín trasero, con música suave, penumbra y magia.
Boulevard Saenz Peña 1263 – IG: @tibukbistro
Restaurant Club Las Glorias/Celestinos
Es el más emblemático de Tigre, donde va a comer el familión o donde festejan los cumpleaños los grupos de amigos. Un clásico bodegón de club con porciones y gaseosa grande, donde todo se comparte, con vista preferencial a la cancha de papy futbol. La comida es simple: milanesas enormes, parrilla, rabas, revuelto gramajo, tortillas. Carnes de primera (prueben el bife de chorizo) y pastas bien hechas, servidas por mozos de toda la vida, vestidos con delantal y moño negro. Los fan del flan o budín de pan mixto, queso y dulce, panqueque de DDl, encontraron su lugar en el mundo.
En épocas pre pandémicas siempre hubo que hacer cola para conseguir mesa. Pero va rápido gracias a la eficiencia del personal. No tienen mesas en el exterior, se come adentro en el gran salón comedor, con aforo del 30%. Si se prefiere el aire libre, su sucursal Celestinos atiende en la vereda: no tiene la mística del Glorias pero sí la misma comida.
Club Las Glorias: Chacabuco 485. Celestinos: Avenida Cazón 902. IG: @lasglorias_celestinos
María Luján ristorante
Es el programa coqueto de tigrenses y turistas, cuando el concepto es pasear en un entorno bonito sin reparar en gastos. Y después de una caminata por el Paseo Victorica desembocar en una hermosa casona de 1890 que despliega su terraza a la vera del Río Luján para desayunar, almorzar, tomar el té o cenar. Su deck exterior ofrece una de las mejores vistas al río que se puede esperar de un restaurante.
Aunque ofrece un menú de aires mediterráneos con amplia variedad de opciones de carnes, arroces, pescados y mariscos, según nuestra experiencia lo más recomendable son las pastas artesanales rellenas como los raviolones de espinaca y parmesano, los panzotti de zuca rellenos de calabaza, amaretti y queso mascarpone (con manteca, salvia y tomatitos cherry) y los sorrentinos capresse.
Paseo Victorica 511 – IG: @marialujanristorante
Danilo Restó
Si la idea es hacer un paseo allende los límites de Tigre ciudad y darse una vuelta por Villa La Ñata, la palabra clave para paladares de alta gama es Danilo. A orillas del Canal Arias y Arroyo Guayraca, esta propuesta es la realización de un ansiado sueño de su chef, amante de sus raíces familiares y la gastronomía italiana, en un entorno único. Hijo de italianos de Sorrento y Bari, Danilo interpreta la cocina mediterránea con conocimiento de causa. Probamos el antipasto, la burrata con bresaola, hongos salteados y hojas verdes, y como principales, pulpo grillado –en su justo punto– con puré de pesto y ñoquis de sémola con langostino.
Es necesario hablar del antipasto: jamón crudo, parmesano, olivas, tomates asados, caponata, fior di latte y corazón de alcachofa. Esta entrada es uno de los hits de la carta, igual que las pastas caseras y el pulpo alla grilla. Mención especial para la materia prima, en algunos casos traída de Italia y para la panera con panes de masamadre de elaboración propia, con harina agroecológica. Danilo tiene una bodeguita boutique que amerita una degustación aparte. Todas las pastas son muy buenas, pero también se lucen las carnes braseadas y la pesca que va variando. De los postres recomendamos el tiramisú, el volcán y la crostata de limón. Una hermosura pasar la tarde en el parque de 9 hectáreas con su ceibo florecido y las hortensias sobre la terraza al río.
Se puede llegar con embarcación propia, o también a través de un servicio de traslado sin cargo desde el Muelle Prefectura Dique Luján (son 5 minutos de lancha), lo que se organiza al reservar.
IG: @danilo.resto