Un viaje por los vinos de

La Rioja

Recorrimos –copa en mano– la provincia que, después de Mendoza y San Juan, elabora más vino en Argentina para conocer las historias de tres bodegas riojanas que ilustran el desarrollo de la industria en la región.

Publicado por  | Nov 30, 2022 |  |     

n los valles vitivinícolas de La Rioja, el paisaje bien podría servir de escenario a un western argento. Cactus y arbustos verde oscuro puntean el suelo recio y los restos del antiguo cable carril revelan un pasado minero al que el pueblo –afortunadamente– se resistió a volver. Los oasis productivos se acomodan entre las sierras de Velasco al este y de Famatina al oeste. 

El vino nace en condiciones climáticas más adversas que en la vecina Cuyo: la mayoría de las bodegas depende de fuentes de agua subterráneas y el calor aprieta con más fuerza. Sin embargo, el descenso de temperatura nocturno asegura conservar la acidez, y concentrar aroma y sabor en la uva. Y la altura, que va desde 900 a 1650 metros sobre el nivel del mar, es la otra clave.

La Rioja logró convertirse –en superficie plantada– en la zona de producción vitivinícola más importante de la región noroeste del país, con un área de cultivo de la vid que abarca 7428 hectáreas. Después de Mendoza y San Juan, es la provincia que elabora más litros de vino en Argentina, de la mano de bodegas cuyas historias son espejo de la evolución de la industria.

Bodega La Riojana Cooperativa

La union hace la fuerza

Mirando hacia la cumbre del Nevado de Famatina, María José Saavedra –sommelier de La Riojana Cooperativa– recuerda con orgullo el rol clave de las mujeres en la lucha de Chilecito para frenar la explotación minera en la zona. Lo relata mientras guía el recorrido a través de la bodega laberíntica en la que todo se construyó a escala masiva, desde la sala de innumerables barricas hasta los tanques de fermentación de tres millones de litros de capacidad que parecen templos antiguos si se los mira por dentro.

Sin el agua que la minería habría contaminado, no existirían el vino ni la ciudad. Y sin La Riojana, tal vez tampoco: 500 productores vinifican en sus instalaciones que dan trabajo a una buena parte de los habitantes. Toda su producción es orgánica y el 85% de su exportación está certificada como Fairtrade: de su venta, una prima va a un fondo para solventar proyectos de desarrollo socioeconómico de las comunidades de la zona.

Con más de 2050 hectáreas sembradas, el Torrontés es el monarca indiscutido de la provincia y también de La Riojana. Décadas atrás, Rodolfo Griguol, el director de su equipo de enología, estuvo detrás de una investigación que identificó una levadura que permitió parchar una de las eternas cruces de la producción de vinos con esa cepa: el amargor pronunciado y el paladar demasiado exuberante.

De este hallazgo nacieron vinos más frescos y ligeros, tienen como medalla de triunfo el premio a Mejor Vino Blanco del Mundo que Nacarí Esmerilado Torrontés –hijo pródigo de La Riojana– logró en 1987 en la Vinexpo francesa. El Famatina no se toca y, en la bodega, la reputación del Nacarí Esmerilado tampoco.

Bodega Valle de la Puerta

Una oportunidad en la crisis

Inicialmente, el ingeniero agrónomo Javier Collovati no iba a encargarse de la enología de Valle de la Puerta, la Bodega en la que comenzó a trabajar cuando aún era estudiante universitario. Pero el profesional inicialmente designado no pudo hacerse cargo de la tarea por cuestiones personales, la vendimia se acercaba y él se colgó el equipo al hombro.

Así comenzó un camino que hoy lo tiene como uno de los principales innovadores del vino riojano, buscando un estilo cada vez más refinado y logrando precisas expresiones de varietales nada acostumbrados en el reino del Torrontés. Aunque, vale decir, en esa cepa también logra pulir elegancia y buena acidez. El Cabernet Sauvignon que Javier diseña para la línea La Puerta Clásico logra domar el costado picante y la fruta madura a pesar de la fuerza del sol, y el Malbec de la misma línea ofrece un perfil floral muy personal.

Valle de la Puerta nació en el 2001 con la idea inicial de producir vino en grandes volúmenes a partir de viñedos plantados años antes por idea de Julián Clusellas, presidente de la bodega. La leyenda cuenta que, junto a sus socios y empleados, armaban competencias amistosas para ver quién plantaba más vides en un día. Sin embargo, el proyecto se chocó de frente con la crisis económica y redefinió su rumbo con la calidad como norte: hoy exporta el 60% de su producción a países como Estados Unidos, China e Inglaterra.

Ubicada en Vichigasta, a 40 kilómetros al sur de Chilecito, Valle de la Puerta también funciona como una especie de carta de presentación para el viajero que ingresa al Valle de Famatina en búsqueda de sus vinos. Alicia Páez, la encargada de turismo, recibe a quienes se detienen en la entrada de la bodega con copas para degustar, vasitos del aceite de oliva que también elabora la bodega y empanadas recién hechas.

Bodega Chañarmuyo

Un nuevo terroir

Si se manejan 71 kilómetros al norte desde Chilecito por la ruta 40 para luego torcer a la izquierda y hacer 14 más, el pueblo de Chañarmuyo, sus casas antiguas y las aún más antiguas vides en sus patios dan paso a la bodega que lleva su nombre.

A 1720 metros sobre el nivel del mar, la zona era usualmente considerada demasiado fría para la vitivinicultura y nadie había intentado un proyecto a gran escala. La Bodega Chañarmuyo llegó para borrar esa idea de un plumazo con más de 100 hectáreas plantadas y una exclusiva casa de huéspedes con ocho habitaciones, piscina y restaurante.

Según el historiador Félix Luna, en 1905 hubo una pequeña-gran guerra por el suministro de agua entre el pueblo de Chañarmuyo y sus vecinos de Pituil. Casi 120 años después el panorama no cambió demasiado: Martín Meza, responsable de finca y bodega, declara que la primera y hasta ahora última lluvia del 2022 fue en febrero. En invierno, de paso, no es una rareza que la nieve cubra las vides dormidas. Está claro: hacer vino en este hermosísimo valle en altura, donde las maras corren a saltitos entre las plantas,es un desafío.

La bodega, no obstante, apostó a la alta gama hace ya más de 20 años y consiguió una indicación geográfica propia (Valle de Chañarmuyo) para sus vinos. Una de las decisiones iniciales cruciales fue despegarse de la tradición provincial y no trabajar con la uva Torrontés. La razón no deja de tener sentido: no quisieron caminar bajo la presión de una larga tradición previa sobre sus espaldas.

Así, con enología del mendocino Matías Prieto, se concentraron principalmente en los vinos tintos trabajando cuidadosamente los tiempos de cosecha y el paso por madera para domar las marcas del terroir extremo. Si bien su Tannat es la opción lógica por tipicidad varietal, es tal vez el Cabernet Franc el que logra la máxima conjunción de potencia y complejidad.

Los datos