Villa Pehuenia

Por qué se convirtió en capital gastronómica de Neuquén

La lista es larga: heladerías, restaurantes, casas de té, cervecerías, artesanías a base de piñón de araucaria, más las 17 ediciones del Festival del Chef Patagónico son algunos de los argumentos para visitarla. Aquí, nuestra mini guía gastronómica de esta villa golosa.

Texto y fotos  | Ago 22, 2023 |  |     

e golpe asoman las primeras araucarias del camino y el viajero ingresa a un circuito que no se parece al sur. Aluminé-Pehuenia-Moquehue es un territorio de otro tipo, donde el flechazo con la naturaleza ocurre sin aviso. La bienvenida tiene fondo de volcanes nevados y la forma fantasmagórica del pehuén. Se dice que quienes llegan a conocer la zona se quedan para siempre, o vuelven. Al norte del sur, a 300 km de la capital neuquina, el lugar es una joya de la Patagonia, anfitriona de nuevos residentes que eligen los colores de la flor del amancay y la mutisia, las calles de tierra, el saludo con el vecino y el aroma permanente del viento.

Marianela Braile es una de ellos: llegó a Villa Pehuenia hace 6 años, cuando dejó su restaurante a puertas cerradas en Turdera, sur del conurbano bonaerense, y abrazó una vida entre lagos, bosques y pueblo chico. Con su entonces pareja, Virginia, cargaron el auto con pocas cosas y consiguieron empleo en Mandra, un resto-bar pionero de la villa turística fundada en 1989 y luego abrieron Alfonsina, la casa de comidas propia. La historia de Marianela parecida a la de tantos migrantes que, en distintas etapas, llegaron a la orilla norte del lago Aluminé en busca de una tierra de paisajes y ritmo de aldea marcada a fuego por la presencia ancestral, y activa, de la comunidad originaria mapuche.

Más discreto que otros destinos del sur, también su cocina –hecha de mixturas culturales y materia prima de alta calidad– es una tapada de la Patagonia. Pero tan potente que permitió que se catalogara a Pehuenia como capital gastronómica de Neuquén, y que se realizarán 17 ediciones del Festival del Chef Patagónico –desde este año Fiesta Nacional–, dedicado a difundir el trabajo de sus productores y chefs, dar a conocer los productos de estación y atraer turistas durante todo el año. Heladerías artesanales, restaurantes y rotiserías con ingredientes regionales, casas de té, cervecerías, y emprendimientos que elaboran sus productos a base de piñón como alfajores, harinas, escabeches y licores, son algunas de las tentadoras ofertas.

Vinimos de todas partes y así se empezó a definir una propuesta culinaria –explica Sebastián Mazzuchelli, cocinero y propietario del ahumadero Finca Araucaria–, excepto las comunidades originarias, nadie de nosotros nació aquí.

Muchos migrantes fueron llegando a la orilla norte del lago Aluminé en busca de una tierra de paisajes y ritmo de aldea. Y fueron sumando identidad a este pequeño poblado marcado a fuego por la presencia ancestral, y activa, de la comunidad originaria mapuche.

Mucha gente que vino de Rosario, de Córdoba, de Buenos Aires, del valle, todos y todas fuimos aportando un poquito de lo que cada uno hacía, pero tenemos en común la conciencia sobre la importancia del sector productivo: la utilización del piñón en febrero-marzo, la fruta fina, los animales autóctonos, la miel, la producción de huerta, los huevos de codorniz, de faisán: muy pequeños productores que hicieron que tomáramos más protagonismo al trabajar 100 por ciento con insumos locales.

Pehuenia-Moquehue es conocida como el lugar de las 100 playas y ninguna es igual a otra. Por eso, y por la calidez de sus aguas, por el marco natural y la tranquilidad, y por tener al Batea Mahuida, el centro de ski más accesible del país –con un turismo menos masivo que el de otras ciudades patagónicas– es elegida para vacacionar durante las 4 estaciones. 

En los últimos años, la cocina se sumó como un atractivo poderoso. Para Antonio Puel, lonco de la comunidad mapuche Puel, estamos viviendo un boom que tiene que ver con el paisaje, los frutos de nuestra tierra –piñón, hongos, chivitos– y la política del gobierno de posicionar la zona, pero sobre todo porque se da una idiosincrasia especial: la confluencia entre nosotros, los mapuches, y la gente que viene de todo el país y de otros países, genera una diversidad que le da una riqueza cultural única.

Identidad, diversidad, recursos naturales, cocineros de excelencia y políticas de promoción: atributos que elevan a Pehuenia al podio de los destinos patagónicos más calificados en el rubro del buen comer.

Aquí algunos reductos imperdibles:

Borravino

Tiene fama de ser el mejor de Pehuenia, y hasta hay quien se juega a etiquetarlo entre los mejores del país. Matías Tesoriero y Ailen Martorella crearon hace 9 años un espacio inolvidable. En el pequeño restaurante ubicado a lo alto de la costanera no sólo se ofrece una cocina distinta -fresca, sencilla, sabrosa, perfumada, con carta de estación- sino vista al lago, excelentes vinos, música hermosa y precios amigos. Todo es del km 0, o casi: el aceite de oliva de Rincón de los Sauces, la trucha y la miel de Aluminé, los quesos de Neuquén, la sal patagónica, las frutas de producción orgánica, y los huevos de gallinas araucanas criollas y ponedoras de producción local. También tienen una huerta de hierbas aromáticas, hojas verdes, tomates, habas y flores. De los platos chicos, medianos y grandes, hay que probar sí o sí: la crema de berenjena ahumada y nueces, el tartar de trucha con huevo soft, y el cordero braseado a cocción lenta con puré de batatas y ensaladita de garbanzos, curry, maní y muchas hierbitas. Atención a la cava, chica pero interesante. Y al flan de dulce de leche, imperdible. 
IG: @borravinovp

Alfonsina

El mejor plan si hace un poco de frío y hay ganas de un refugio: la comida casera y la calidez de la ambientación, llena de rincones y detalles de la abuela, hacen que nadie se quiera ir. Alfonsina es lo que para mí es hogar. Una comida simple pero dedicada, dice su titular y cocinera, Marianela Braile, y lo dice en su “casa de comidas” a la que nunca quiso llamar “restaurante”. Sopas, guisos, pastel de papas en distintas versiones, trucha a la manteca de romero, pastas artesanales, todo en vajilla antigua y personalizada y con servicio atento y cálido. El pastel de papas con cordero y el guiso de lentejas son las especialidades indiscutidas. Siempre me preguntan el por qué del nombre del lugar. Alfonsina era mi abuela, el ser más amable y cariñoso que conocí en mi vida. Y este lugar trata un poco de eso.
IG: @alfonsina.restaurant

El marino amarrado

Andrés Marino es rosarino y se define como cocinero y ciudadano del mundo. Después de trabajar con varios chefs, de un tránsito por Chile y su gastronomía de mares, recaló en la hostería pehuense Amarras, donde saca chispas del horno de barro y de la cocina económica en El marino amarrado, el multiespacio donde se reciben comensales hospedados y visitantes. Su concepto: trabajar con fuegos, y su toque (lo que él llama una “cocina de autor y amor”). Trabaja con productos locales y de estación, pero abierto a otros ingredientes y a los ecos de otras recetas del mundo. Los recomendados: rosti de papa, trucha curada y mascarpone; pulpo español, romesco, papas a la manteca, tomillo y pimentón de la vera; y trucha arcoiris, repollos quemados, crema de castañas, oliva y limón. Fuera de la pesca, y en plan tapeo: la farinata, mortadela de pistacho y huevo frito (buena elección para la entradita o para acompañar un trago de la excelente coctelería). Las pizzas al molde: liviandad y crocancia con mucha vuelta de rosca.  La “napo amarrados” (tomates quemados y chips de ajo) es espectacular.
IG: @el_marino_amarrado

We Folil

A tres kilómetros de Villa Pehuenia, en la unión de los lagos Aluminé y Moquehue, comienza el circuito Cinco Lagunas, donde más adelante una tranquera abre el acceso al territorio mapuche Puel. En ese predio rodeado de araucarias y lagunas verdes, está We Folil (brote de raíz), un restaurante de campo con prácticas mapuches de cría de animales y alimentos de huerta donde cada plato cuenta una historia y donde sentarse a comer es una experiencia cultural. El proyecto familiar, a cargo de Alberto y Raúl Puel, propone una carta simple a base de chivo, cordero y trucha, que rota todos los días. También hacen pastel, lasagna, pasta rellena y empanadas de cordero al horno de barro. Por la sobredemanda, en verano no llegan a amasar las pastas ni las tapas de empanadas -los rellenos sí son caseros- y que es imperioso reservar. Cuando baja la temporada, hacen pizza de harina de piñón y cambia la oferta: guiso, locro y risotto están a la orden del día. Esto empezó con mi mamá que hacía para los turistas pan casero, torta frita, dulces, quesos… nosotros somos crianceros, no podemos desaprovechar la oportunidad de hacer nuestra propia comida, explica Alberto, que se recibió de cocinero en Córdoba y volvió a hacer lo que mejor sabe, pero en el terruño donde su familia vive desde siempre.
IG:
@wefolil

Mandra

En el centro del centrito, este restaurante, uno de los primeros de Villa Pehuenia, ya cumplió 16 años en el arte de dar de comer. Tanto adentro como en las terrazas, vale esperar el afamado goulash de cordero con spaetzle, su plato de bandera, o las pastas caseras rellenas de trucha. Todo es rico y versátil: las pizzas, montaditos y tapas van bien con la birra y la carta de cócteles. Para postre, el strudel de manzana y el cheesecake no defraudan.
IG: @mandrapehuenia